La razón de ser de escribir. Reflexiones de fin de año
Despertar conciencias y abrir mentes y corazones, una tarea que alimenta el espíritu.
08:36 a. m.
El receso de fin de año no solo sirve para tomar unas gratas vacaciones familiares y aprovechar la lectura de algún buen libro, sino que es ocasión para hacer un balance de las realizaciones personales y profesionales del año y para reflexionar sobre las perspectivas del siguiente y de los venideros. Es aquí cuando surge la cuestión relativa de en qué ocupar el tiempo y cuáles son las prioridades.
A propósito de este balance me pregunté -y esta pregunta me la he hecho más de una vez- si tiene sentido escribir columnas sobre la situación que vive el país. La razón de la pregunta es que uno siente en ocasiones que está arando en terreno árido y que, diga uno lo que diga o lo que digan otros columnistas -por importantes que sean-, el estado de cosas no cambia, sino que por el contrario, en lugar de mejorar tiende a empeorar. Por ende, ¿estamos haciendo una contribución efectiva los columnistas? ¿Se perdió la esperanza para recomponer el país?
Tal parecería que en Colombia se abrió la caja que entregó Zeus a Pandora, la conocida caja de Pandora, que ella abrió contra expresa instrucción, saliendo un enjambre de adversidades de diversa naturaleza, habiendo volado entre todos ellos una hermosa libélula trazando estelas de color ante los ojos sorprendidos de Pandora. A pesar de que Pandora había liberado el dolor y sufrimiento en el mundo, también había permitido que la esperanza los siguiera pues es la esperanza lo que permite seguir adelante a pesar de las adversidades.
Por un lado, están aquellos a quienes no les importa lo que suceda en el país. Otros que, diciendo que les importa, actúan como si no les importara. Otros más, manifiestan sentirse impotentes. En la arena política, se encuentran algunos actuando con sentido de patria, pero cuyas palabras y acciones no tienen hasta ahora la repercusión que a uno le gustaría que tuvieran. Los más, en esa misma arena política, pensando solo en sus intereses y beneficios personales y dejando de lado lo que conviene o necesita el país.
Un importante político a quien el país debe mucho -así haya cometido errores en materia grave-, lastimosamente preso de sus circunstancias y enviando mensajes que desconciertan a sus seguidores. Están los ilusos, que creyeron en ciertos candidatos a corporaciones públicas, pero que bien pronto pasaron de la ilusión a la desilusión al percatarse de que sus candidatos, al resultar elegidos, cambiaron las ideas que promovieron, para adoptar las del candidato que ganó.
Por otro lado, se encuentran los partidos políticos, los cuales, en general, sustituyeron la vocación de poder y el sentido de patria por puestos y prebendas. Y quienes fungen como opositores -o dicen fungir como tales- actúan deshilvanadamente sin que hasta ahora se advierta que dicha oposición tenga real efecto.
Reflexiona uno acerca de la ausencia de consecuencias frente a la desatención y violación de las normas legales o ante su aplicación tardía, y sobre la ausencia de rechazo social respecto de quienes transgreden tales normas, unido todo ello a la altísima corrupción imperante, denunciada hasta la saciedad con grandes titulares, respondida con anuncios grandilocuentes de investigaciones y castigos a los responsables, pero casi nunca materializados, cuya secuela es el mensaje de que el delito paga, que no tiene castigo o este es ínfimo, que el erario público termina siendo en una buena proporción dominio de unos pocos que saben que apropiarse de él es la razón de haber llegado a ocupar el cargo público, conocedores de que tal apropiación beneficia no sólo a ellos sino a otros con intereses similares y que el sistema no los castigará.
Cavila uno también sobre lo que está sucediendo en materia de valores, frecuentemente invertidos. En cómo se distorsiona la verdad para dar paso a relatos amañados, como el de la Comisión de la Verdad, o para buscar el sustento de reformas sin sentido. En cómo lo que era antes malo, hoy deja de serlo. En cómo se denigra del trabajo honesto para dar cabida a recompensar a quien lo destruye y a quien representa todo lo contrario de lo que se busca en una sociedad civilizada. En cómo el guardián de la sociedad pasa a ser el villano, y este último, en cambio, a posar de adalid de la moral sin serlo.
En cómo la sociedad va quedando gradualmente desprotegida frente a los embates de la delincuencia. En cómo el rol de la religión se muestra cada vez más desdibujado y con la brújula perdida. En cómo la línea divisoria entre lo legal y lo ilegal, lo bueno y lo malo, lo justo o lo injusto, lo lícito y lo ilícito, tiende a desaparecer ante la percepción de que la justicia en general no funciona, por distintas razones. Está también el fenómeno de la violencia y el narcotráfico, con sus efectos perniciosos de toda índole.
Como anota el Centro UC de Estudios Internacionales -CEIUC- en su informe del presente año 2023 sobre el Riesgo Político América Latina, el incremento del crimen organizado, de las violencias y el debilitamiento del Estado de Derecho generan mayor percepción de inseguridad, corrupción e impunidad y existe una incapacidad creciente de los gobiernos para cumplir con las expectativas y demandas ciudadanas, además de estallidos de malestar social, polarización, noticias falsas y falta de certeza jurídica. A ello no es ajeno Colombia. Según Barómetro de las Américas, el apoyo en Colombia a la democracia en el 2021 fue del 26%.
Ve uno con honda preocupación que, así haya candidatos buenos para aspirar en el futuro a la Presidencia de la República, la mecánica política, las imperfecciones del sistema electoral, y las flaquezas humanas, pueden traducirse en la aplicación del viejo refrán según el cual “el que escruta elige” pues está visto que nada se hace para que el sistema electoral opere correctamente, como quedó visto en las pasadas elecciones: en primer lugar, por cuanto sorprendió en grado sumo el nombramiento de un registrador carente de credibilidad, sobre quien pesaba una gravísima y creíble acusación consistente en, siendo funcionario del Consejo Nacional Electoral, haber exigido a un candidato al Congreso una gruesa suma de dinero para asegurarle la elección, acusación que en otras latitudes hubiera conducido de inmediato al descarte del aspirante.
En segundo lugar, el efecto de las bodegas tuiteras que apoyan al candidato de sus preferencias denigrando de los demás, las campañas de desprestigio, la interferencia indebida de otro país en nuestras elecciones, recientemente denunciada, la ausencia de investigación de importantes irregularidades denunciadas durante la pasada jornada electoral, muchas veces comprobadas, indicativas de un posible fraude electoral. En tercer lugar, el movimiento de hilos para que no hubiere auditoría internacional calificada que revisare todo el proceso electoral y, en cuarto lugar, el lavatorio de manos en materia electoral del Gobierno de entonces, que optó por incurrir en omisiones, hacerse el de la vista gorda respecto de zonas en las que resultaba claro que el voto no era espontáneo sino bajo presión armada, y haberse desentendido de todo cuanto significaba el proceso electoral bajo el pretexto de la autonomía del Consejo Nacional Electoral, a pesar de que de todos es sabido que el gobierno interviene cuando quiere y no lo hace cuando no quiere.
Conversa uno con amigos venezolanos y todos coinciden en que Colombia está siguiendo el camino de Venezuela, solo que más rápido.
Ante este panorama, que luce un tanto desolador, es imposible no discutir con la familia y los amigos si a los hijos les espera un buen futuro aquí o si es mejor buscarlo en otro lado. Si tiene sentido escribir o si se está, como coloquialmente se dice, “perdiendo el tiempo”, si es mejor “pasar de agache” y evitarse riesgos innecesarios y, en fin, a preguntarse tantas otras cosas.
La conclusión es la de que hay que seguir adelante, tratar de despertar conciencia y de abrir mentes y corazones para hacer un país mejor, porque ello es una noble tarea que alimenta el espíritu y lo fortalece; porque hay que dejar de lado la indiferencia; porque la esperanza es lo último que ha de perderse; porque hay personas muy calificadas y pensantes que realizan de una mejor manera la tarea, con el mismo propósito bien intencionado; porque llegan cada vez más voces de aliento que dificultan o imposibilitan que se desfallezca en el intento; porque somos contribuyentes con nuestros impuestos y debemos velar por su uso correcto y acertado; porque de la empresa llamada Colombia, todos sus habitantes somos accionistas y debemos velar porque sea bien manejada y con los mejores directivos, con los más capaces y honestos, con aquellos que conozcan y comprendan la labor que les corresponde para que puedan encauzarla correctamente, con aquellos que la representen dignamente.
Esa es nuestra tarea, contribuir con un granito de arena, mientras podamos ejercitarla.
José Fernando Torres
@josetorresf