Neutralidad

Se consideró que el primer comunicado del Gobierno colombiano fue tímido y le faltó condenar enérgicamente el bombardeo por parte de Rusia.


Mauricio Jaramillo Jassir
junio 29 de 2023
06:33 a. m.
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Las imágenes de Sergio Jaramillo, Héctor Abad Faciolince tras el atentado de Kramatorsk en el que también salió afectada la periodista Catalina Gómez (de quien no se conoció ninguna imagen después del ataque) y herida considerablemente la escritora ucraniana Victoria Amelina, produjeron una reacción inmediata de indignación y de solidaridad. 

En consecuencia, se consideró que el primer comunicado del gobierno colombiano en el que se expresaba satisfacción por su estado de salud, fue tímido y le faltó condenar enérgicamente el bombardeo por parte de las autoridades rusas. O bien por presión o porque haya distintas posturas dentro del gobierno, horas más tarde, tanto el propio Gustavo Petro, como Cancillería hicieron expresa su condena a Moscú por un ataque que, de forma flagrante viola los protocolos humanitarios de la guerra, pues se atacó una instalación civil y a personas protegidas de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario.

El dramático bombardeo revivió las presiones para que el gobierno de Colombia apoye a Ucrania como lo ha hecho buena parte de Europa y Estados Unidos, quienes se han encargado de proporcionar material militar y apoyo financiero. Habida cuenta de la invasión ilegítima e ilegal, consideran que no se pueden dar el lujo de dejar perecer a Ucrania cuya supervivencia como nación está en juego. 

Aun así, el gobierno colombiano ha mantenido la línea de neutralidad de casi todos los latinoamericanos con la excepción de Cuba, Nicaragua y Venezuela que han optado por apoyar abiertamente a Rusia.  Estos consideran que Moscú responde a una agresión que desde finales de los 90, la OTAN habría emprendido alterando el equilibrio geopolítico post Guerra Fría.

Varios sectores han expresado que la neutralidad de Colombia es cómplice de la agresión rusa y que la indiferencia es injustificable cuando está ocurriendo una agresión de semejantes proporciones. Sin embargo, tales juicios subvaloran la neutralidad a la que equivocadamente equiparan con el desinterés.

La neutralidad no significa apartarse del conflicto y dejar a su suerte a quienes sufren por su cuenta, sino entender que la posibilidad de una victoria militar de un bando sobre otro es poco probable y que la guerra como camino no conduce a nada, la evidencia empírica en la historia reciente es apabullante. Sin la neutralidad sería imposible avanzar en mínimos humanitarios como el establecimiento de corredores para la evacuación de las ciudades, o los pactos para la salida de exportaciones de granos desde Ucrania. 

Estos avances se han logrado por la postura neutral de países como Turquía o de instituciones como Naciones Unidas que han condenado la guerra en todas sus formas y han adjudicado la responsabilidad a Moscú, pero mantienen una vocación neutral indispensable en la búsqueda de una salida pacífica. Sin esa neutralidad, sería imposible el trabajo de la Cruz Roja, inestimable para la mal llamada humanización de la guerra en todo el mundo. 

Sin esa neutralidad, Francia y México no habría podido mediar para que se cesara la guerra civil salvadoreña. Los ejemplos de guerras prolongadas en el apoyo a una de las partes abundan, así como los casos en que por mediaciones o facilitaciones en nombre de la neutralidad se ha puesto final a conflictos.   

La comprensible indignación que ha causado la invasión de Rusia a Ucrania ha hecho pensar que la única postura coherente es el apoyo militar a la segunda. Sin embargo, la tradición de los Estados latinoamericanos ha sido la condena de la guerra y la búsqueda por medios pacíficos de su culminación. 

Las chances de que la guerra se prolongue en el tiempo son cada vez mayores, conforme se siguen armando las partes y se descarta una negociación, pedido de Sur Global (antiguamente países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo) pero desoído por las partes en confrontación. De igual forma, quienes consideran que esta Rusia es comparable con al nacionalsocialismo en la Segunda Guerra Mundial, olvidan proporciones y desconocen que hay una población en el Donbass (región ruso parlante al Oriente de Ucrania) que acusa a las autoridades de Kiev de la comisión de delitos de lesa humanidad en su contra desde por lo menos 2014. 

Los testimonios de habitantes que pedían el auxilio militar ruso no son pocos. La imposibilidad para comprobar o desestimar esos reclamos, no puede convertirse en certeza de que se trata de un delirio ruso. Ahora bien, tales acusaciones no pueden justificar lo que, a todas luces, es una agresión lanzada por Vladimir Putin. Y otro recordatorio, de Hussein y Muammar Gaddafi se dijo lo mismo que sobre Putin, que es indispensable para la estabilidad del mundo que salgan del escenario. Basta observar el Irak y la región del Medio Oriente o la zona del Sahel en África tras sus respectivas caídas, para comprobar los desastres que deja este tipo de guerras a su paso.  

La postura de América Latina ha sido coherente con su historia reciente. La mayoría de Estados se opuso enfáticamente a la guerra en Irak en la que se aplicó una lógica similar a la actual: quienes no apoyen directamente el supuesto derecho a la legítima defensa de los Estados Unidos, son cómplices de Hussein. 

En la zona solamente Colombia, Guatemala y Nicaragua dieron el sí a Washington. Chile y México, por ese entonces miembros rotativos del Consejo de Seguridad en la ONU, advirtieron sobre las consecuencias nefastas de caer en la retórica estadounidense. En Irak se perdieron más de un millón de vidas. El gobierno de Álvaro Uribe Vélez apoyó a Estados Unidos con una argumentación calcada de quienes exigen hoy alinearse con la OTAN, estar del lado correcto de la historia y la necesidad de detener a quien comprobadamente era una amenaza para el mundo. Hussein había cometido los peores crímenes contra al población chií y kurda y había invadido Kuwait. En ese momento, en el Congreso colombiano la izquierda fue crítica de la postura y tanto Gustavo Petro como Jorge Enrique Robledo, citaron a Carolina Barco a un debate para controvertir el apoyo a la guerra. 

Se olvida fácilmente, pero la estrategia de mantener la guerra hasta ahora no deja ningún resultado y se sigue perdiendo tiempo precioso para la negociación. A comienzos de siglo, en Colombia imperó la misma tesis de la victoria militar sobre las guerrillas con un resultado de público conocimiento y cuyas dolorosas secuelas hemos recordado en estos días por el trabajo de la JEP. 

A marzo de 2023, 83% de la población rusa apoya las acciones de Putin y en los países de Europa central y Oriental (Estonia y Polonia más del 80%), es masivo el rechazo a la negociación con Moscú. La guerra rescató su popularidad que se creía imposible tras el 45, pero la verdadera derrota está en la imposición de la idea de que la victoria militar sigue siendo una posibilidad justificable, sin ningún reparo por las víctimas que seguirán cayendo mientras el mundo solo se acuerda del conflicto por determinadas coyunturas.

Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212

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