Vivir de la tierra: así es la vida de un niño y una adolescente en el campo colombiano
Las vivencias colmadas de aprendizajes de Tomás y Jeniffer en el entorno rural. Crónica.
Noticias RCN
01:42 p. m.
Crecer, una palabra de seis letras, pero que contiene una vida entera. Tanto que esconde y tanto que se atraviesa. Nacemos y comenzamos a recorrer el camino de la vida, vienen las caídas y con ellas los aprendizajes, dejamos el seno de mamá para forjar nuestra independencia, para ahora percibir y sentir todo de manera más experiencial. La exploración de los sentidos por medio de las cosas, las texturas y sabores, todo se vuelve mágico, diferente y único. Rompemos, dejamos y nos desligamos del enamoramiento hacia papá y mamá, pero, a su vez, seguimos viendo y entendiendo todo con asombro y espectáculo. Comprendemos e identificamos la vida, forjamos la capacidad de nuestro cerebro, sembramos la personalidad en nosotros, correspondemos a la inocencia innata, en fin, vivimos en repetición de las acciones de nuestros mentores, sin la preocupación de los mismos. Nos hacemos conscientes de lo inconsciente. Le damos sentido a las cosas.
Para muchos de nosotros en nuestra memoria se nos removerán ciertas piezas con recuerdos invaluables, especialmente con Tomás, ¡ay! El pequeño Tomás, la felicidad de la familia Talero Rivas, el primer nieto de un núcleo, la unión y fruto de un amor puro y joven entre Alejandro Talero, un hombre trabajador, independiente, visionario y papá moderno, con ganas de educar a su hijo de una manera contemporánea, y Leidy Rivas, una mamá amorosa, carismática, trabajadora, hogareña, valiente y toda una "verraca" para el campo; un matrimonio lleno de respeto, comprensión, honestidad y apoyo ante cualquier adversidad, circunstancia, vivencia o aventura que la vida les ponga enfrente. El ahijado consentido de Ferney y Luisa. Dos hermanos criados de la misma manera, unidos, la representación de la hermandad, estudiosos, con ganas de salir adelante y tener un mejor futuro. Ella, orgullosa de sus raíces, se mantiene en su tierra con la oportunidad de trabajar en lo que le gusta, la contabilidad. Él, que desde muy niño aprendió y emprendió el camino de la ganadería, comenzó con un plante de un solo ternerito que con los años ha dado su recompensa para poseer muchos más.
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Tomás Talero Rivas, niño de dos años, nacido el 13 de noviembre del 2020, San Franciscano, residente de la vereda más grande y con mayor recurso hídrico del mismo municipio, San Miguel Alto, cuna del Güines Récord del huevo de gallina más grande del mundo. Avistamiento de aves, ecoturismo, ganadería y piscicultura; un espacio donde se respira aire puro, percibes el olor a eucalipto, al pasto humedecido, a la frescura que, irónicamente, contiene la mierda de vaca. La vista panorámica que se tiene del campo, sus atardeceres majestuosos en los que resplandece el Sol. Los días lluviosos, donde la neblina dibuja una obra de arte sobre un pueblo dócil, la noche estrellada, que para los amantes de la astrología es un diamante en bruto. Los farallones esconden historia en medio de Los Andes, los árboles frutales, las vacas y los caballos que están en la mayoría de fincas por donde se transita, en fin, una fantasía para despejar la mente y nutrir el alma.
Los animales fomentan la socialización, el aumento de confianza, seguridad y autoestima en los niños, aportando de manera positiva en su desarrollo.
Tomás, el niño que llena de alegría con su carisma y su sonrisa lo último de una vereda donde abunda la lluvia y la neblina. Su sonrisa se traduce en la ambigüedad de lo mismo, la compañía fiel de una abuela que, con su dedicación, ha puesto su tiempo para seguir transmitiendo las costumbres y creencias. Independiente pero noble, de temperamento fuerte, arriesgado a todo y temeroso a muy poco, tan ágil que con sus cortas piernitas corre y salta sin medida entre piedras, pasto y barro, sin temblar ni mucho menos tambalearse por un instante. Seguro de sí mismo, de sus capacidades; aprendiendo y replicando de manera rápida las acciones de sus mayores. Fiel acompañante y admirador de su padrino. Cada vez que lo escucha llegar en su moto sale corriendo sin desmedida y sin importar si tiene zapatos o está comiendo, nada, sólo le importa gritarle "Ino" para ser escuchado y no perderse un instante con él. Especialmente, porque ya sabe y reconoce con su inocente carita que el Ino llega a ver los "Toitois".
Desde muy bebé lo cargaban en la cangurera en medio de los recorridos para la supervisión del ganado. Cuando se quiere llamar o atraer a este, se utiliza un grito repetitivo con la expresión "toi", entonces, a partir de esto, él adoptó este término como referencia a los bovinos.
Es un ser tan pequeño, pero tan inteligente, que, a tan corta edad, ya reconoce su entorno. Tanto así que, por la admiración hacia su padrino, todo, según él, es de su "Ino". Resulta ser muy tierno e inocente que mientras va caminando por el campo señala los toretes diciendo: "Toitoi Ino". Si ve pasar una motocicleta, inmediatamente: "Moto Ino". Eso sí, por el ruido estruendoso que genera, sale corriendo temeroso de ser subido en ella. Al ver llegar un automóvil, "carro Ino". Es más, para generar cercanía con este precioso bebé, su padrino me dio una manilla con un dije de caballo. Yo, sin aún mostrársela con el propósito que se tenía, inmediatamente me la señaló diciendo: "Ino".
No obstante, también es enriquecedor ver y apreciar por un instante la vida en su perspectiva, con su ingenuidad, transparencia y libertad. Donde no solo expresa su felicidad, sino su inconformismo. Por ejemplo, que alguien por juego lo moleste o le ayude a orinar sosteniéndole las “chilas”, los testículos. Los malos genios que maneja, evidenciados en el temperamento que toda la familia afirma ser proveniente del lado "Rivas", y que inevitablemente termina por generar ternura en sus expresiones corporales, al irse con el ceño fruncido, los brazos cruzados, caminando firmemente hacia un rincón para proceder a sentarse y decir: "Omás bravo". Definitivamente, pequeños momentos que nos recuerdan quiénes y cómo fuimos en algún momento. Los miedos que ocasionan la búsqueda imparable de su "chis", su cobijita desde bebé, que resulta ser su mecanismo de protección junto con el sombrero de tuta, traído y entregado por su abuelo paterno con un gran significado e intención por mantener los sombreros como parte de su diario vestir; lo que, sin duda, Tomás entiende a la perfección, ya que, a como dé lugar, prohíbe rotundamente que alguien se lo ponga, entendiendo también que es algo especial, y por ende debe cuidarse.
El campo genera otro tipo de actividades diferentes al entorno citadino, lo que es fructífero, al considerar que hay una libertad casi que absoluta para nutrir su desarrollo, por medio de pequeñas acciones que, tal vez, vivimos o muy de cerca vimos. Acompañar a la mami y dar tetero a los terneritos, repartir maíz a las gallinas con sus manitas suaves. Allí la expresión de su carita, dilatando las pupilas y sus piecitos saltando, hablan de lo feliz que lo hace. Al mismo tiempo que recoge los huevos y de paso tiene la picardía de coger una gallina por la cola y pescar truchas en el patio trasero de su casa con su tío Toño, manteniendo las ansias de poder sacar una, con su varita y anzuelo de lombriz.
Ensillar correctamente un equino determina la comodidad para permitirnos montarlo.
Para este pequeño, todas estas actividades generan desarrollo motriz y agilidad mental, un poco más rápido de lo común, al estar expuesto diariamente a los estímulos naturales, dejándolo agotado por una larga jornada, listo para su baño nocturno. Cuestión que es más común de lo que parece en el entorno rural, pues, por las diferentes actividades a realizar, esta población tiende a preferir dar el baño una vez finalicé el día, para poder quedar limpio y listo para dormir.
Ahora, imagínate poder gozar de esto no como travesía sino como forma y estilo de vida, como parte de un crecimiento y cimiento de esta, porque, así como nuestro pequeño, muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de gozar un diario vivir de esa forma: jugar con la naturaleza haciendo volar la imaginación, ensuciarse hasta el alma y disfrutar hacerlo para terminar realmente cansado. Tomás, después de su baño, le da paso a escuchar la misa de la noche, sagradamente. Allí se arrodilla y junta sus manitas en el momento justo en que se dictamina por el padre para hacer sus oraciones, siguiendo y replicando las acciones de su "mami", la abuela materna. En eso se resumen sus días. En aprender del campo, en caerse, ensuciarse, pero levantarse, sacudirse. El campo lo enseña solo, el campo lo prepara, y como muchos terratenientes dicen, lo vuelve "verraco".
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Indudablemente, una infancia feliz, genuina, irremplazable y única, por la que también atravesó Jéniffer, la auténtica e inigualable hija menor de la familia Rojas, cuna de un hogar tradicional, amoroso, respetuoso y fuerte. Donde papá y mamá han sabido construir un matrimonio de abundancia y prosperidad. En el que sus tres hijos: Yomar, de 28 años; Heiner, de 20 años; y Jennifer, de 11 años, son hoy el reflejo de ello, pero, a su vez, de la gallardía que el campo te hace tener.
Jeniffer Rojas Arciniegas, nacida el 4 de junio del 2011, es una niña que, sin lugar a duda, resalta y se destaca en medio de todos y de cualquier entorno. Única y diferente, con un carisma especial, alegre y positiva ante la vida; noble, dulce y tierna, pero, a su vez, con carácter y temperamento fuerte. Decidida, segura de sí misma, empoderada para lo que la vida le ponga enfrente; la consentida de su familia. Su coeficiente intelectual es alto, por lo que, actualmente cursa séptimo de bachillerato. Posee una madurez poco común para su edad. Alta, pelo lacio, cachetona, nariz finita y bastante rosadita la mayoría del tiempo. Una preadolescente libre, segura y valiente en muchos aspectos. Más que cualquiera de nosotros como espectadores.
Creció en medio de un entorno campesino, donde su padre, Heiner, siempre se ha destacado por tener caballos para su gusto propio, y como negocio, alquiler de ellos; teniendo ejemplares de buena raza y paso fino, ofreciendo calidad y una inigualable experiencia. No solo para quien los monta, sino para quienes visitan el lugar donde pueden apreciarlos y consentirlos.
Su madre Janeth, desde antes de su nacimiento, ha tenido una tienda allí mismo, en la que la gente muy cómodamente puede ir a disfrutar de un entorno agradable; tomarse una que otra cervecita. Jugar tejo, poner el tema musical de preferencia en una antigua rockola que se conserva con los años y que emana no solo sonidos y melodías, sino historia. Si se tiene suerte y es un fin de semana, la emblemática cocina de esta madre dedicada estará encendida para deleitar a más de un paladar que llega sin invitación, por la fama que le precede. No, no, no, es que, en definitiva, si algún día todos tuviésemos la oportunidad de probar estas delicias, sería otro cuento, pues, para ello, se prende exclusivamente la estufa de leña y se cocina en un espacio abierto, permitiendo hacer partícipe al comensal tanto de la preparación como del olor, por ejemplo, de un exquisito tamal, un piquete de gallina lleno de salsa criolla y envuelto en hoja de plátano, o un inigualable sancocho. Todo representando y exaltando los sabores más campesinos colombianos, con el toque mágico de la leña y el sazón casero.
En este ambiente tan especial ha podido crecer esta niña tan afortunada, que, desde los tres años, su padre le enseñó a montar caballo, tomándole desde ese entonces un amor incalculable, aún cuando la primera vez que fue montada a tan corta edad se cayó del animal, pero no fue impedimento para volverla a subir como forma de no tomarle miedo. Con el pasar de los años, acompañando para arriba y para abajo a su padre, ha aprendido tanto de estos hermosos animales, que con tan pocos años, muy por el contrario a tenerles miedo, los monta, los maneja sin ningún problema, no les teme si tienen un temperamento noble y dócil o brioso y mañoso. Sabe cómo "domarlos" o manejarlos en caso de que sean cerreros, junto con qué vitaminas necesitan, el tipo y cantidad de comida que requieren, los cuidados que se les tiene, el paso a paso para ensillarlo, en sí, no les tiene miedo ni siquiera para bañarlos, pues identifica el comportamiento, semblanza y actitudes del animal.
A la hora de montar un animal como estos, hay un paso a paso que es necesario seguir para ofrecerle al equino comodidad y seguridad, teniendo así el jinete una mejor experiencia, sin complicaciones ni molestias. En primera instancia, Jennifer rasquetea al animal. Lo que quiere decir que se le pasa un cepillo por todo el cuerpo para limpiarlo, quitándole especialmente el pelo muerto, para proseguir a ponerle los aperos, en los que se incluyen los frenos y las riendas para darle el manejo al animal, para, finalmente, proceder a ensillarlo, ajustarlo, y así poder montarlo.
Chorro de Plata, cascada con más de 90 metros de caída. Está en el cerro del Tablazo, ubicado sobre la cordillera de Los Andes.
Todo este es un proceso que para nuestro diario vivir es muy complicado o poco común saberlo. Lo que en ella ha pasado es que la práctica hace al maestro, y claramente con tanta experiencia que tiene, no solo para esto, sino para poseer la tranquilidad y la confianza del animal a la hora de tener que llevarlo de una sola mano.
La mayoría de las personas, al caerse de un equino, fácilmente le cogerían miedo, pero Jenni, muy por el contrario, les toma mucho más amor y cariño, aún cuando ha tenido varios episodios de terror. Hace aproximadamente dos años, mientras sus padres tenían el negocio a reventar, ella decidió montar uno cerrero, es decir, sin domar. Mientras todo parecía marchar bien, de la nada pasó un carro que llevaba por debajo unas tejas arrastrándose. Pues claro, el sonido tan estruendoso asustó el caballo, generando que ella perdiera el control y el animal se desbocara dando vueltas de arriba para abajo. Por el movimiento y rapidez, se cayó, pero para su mala suerte, su pie quedó atascado en un estribo, arrastrándola por todo el camino empedrado y destapado. Su espalda fue la más afectada, recibió todo el impacto, pues las piedras rasgaron su piel por los movimientos, causándole heridas semiprofundas, mientras que, a su vez, con bastante agilidad, mantuvo su cabeza despegada del suelo y alejándose constantemente de las patas traseras, pues, fácilmente, hubiesen podido espichar su cabeza. Finalmente, el terror pasó hasta que el estribo se rompió.
Todo esto ha quedado en su memoria como aprendizaje, y no como trauma, sin ser motivo para dudar de que su infancia y su vida ha sido inigualable y feliz. Ella misma expresa el amor por tener todos sus recuerdos allí, en medio de la tranquilidad y seguridad de la naturaleza. Haber asistido a una escuela llena de ilusiones de unos niños ingenuos que disfrutan madrugar, caminar y encontrarse en este lugar de lunes a viernes, para disfrutar de los juegos casuales y sueños compartidos: como ser veterinarios y seguir manteniéndose en el fresco campo, para algún día formar su familia.
Una escuelita que, aunque no posee la tecnología e infraestructura de un ámbito urbano, sí posee calidad profesional y humana, que está dispuesta a dar todo su potencial para que estos niños posean un conocimiento adecuado, así únicamente haya disponibilidad de un solo docente para dictar todas las materias a un mismo curso.
Un espacio tranquilo, lleno de verde, de naturaleza, con la fortuna de respirar aire puro y arrullarse con el sonido imparable del río que pasa por un lado. Gozar de un polideportivo que ha sido la gran bendición para los pequeños. Cuna de recuerdos y fuente de cimientos en personalidades, allí, en este entorno, se ha permitido fomentar el desarrollo cognitivo, que tiene que ver con el aprendizaje y lenguaje; junto con la parte psicoafectiva, que tiene que ver con la parte de conducta, el aspecto social, ético y moral.
En los niños esto es influenciado por su entorno, bien sea rural o urbano. Indudablemente, el contexto determina cada una de estas dimensiones. Por ejemplo, un niño que crece en un ambiente rural tiene un desarrollo físico superior, por su constante actividad, al de un entorno urbano, que es mucho más pasivo. De la misma manera que los niños citadinos son mucho más sociables que los campesinos, los cuales tienden a ser un poco más reservados, lo que, a su vez, también genera que, a nivel cognitivo, el acceso a colegios y universidades permiten que estén más avanzados en conocimientos, pues se tiene amplitud para extraerlos en lo urbano, mientras que en el campo solo se accede a una escuela con escasos profesores. Comportamientos y acciones que son altamente relevantes, como se puede evidenciar en el libro "Psicología del desarrollo de la infancia", escrito por Helena C.
Para Jeniffer ocurrió algo extraño, pues su infancia fue muy bella, tranquila y segura en su escuelita. Nunca le ha dado miedo el campo, y muy por el contrario a lo que sucede muchas veces en lo urbano, no ha sentido ni una sola vez miedo de que pueda pasarle algo. Caminaba de su casa a la escuela, jugaba sin cansancio en los prados, pero eso sí, no sentía una cercanía con sus compañeritos y eso la hacía ser un poco tímida y callada. Cuestión que vino a cambiar al momento de hacer el cambio al colegio departamental grande, ubicado en el centro del pueblo, pues a partir de esto ahora tiene que tomar una ruta de ida y regreso. Sus compañeros resultaron ser mucho más sociables, dándole la confianza suficiente para dejar su timidez, junto con la impartición de clases, que es ahora diferente. El balance entre su escuela urbana y su vivienda rural es indescriptible para ella, se siente en dos mundos que quiere y desea mucho.
Tomás y Jeniffer, vecinos, San Franciscanos, hijos de una misma vereda, con crianzas similares, perspectivas distintas de vida, al estar en diferentes etapas, nos dejan ver, apreciar, recordar y reconsiderar nuestro futuro. Tener en cuenta ese lado apartado de la sociedad, el campo, que tanto nos da y nos regala, pero poco agradecemos y cuidamos. Abrir el panorama de vida en este entorno, valorarlo y cuidarlo. Poder reconsiderar las virtudes que tiene el crecimiento y desarrollo social, cognitivo y emocional del ser humano en todas las etapas de su vida, dentro de ambientes como este, especialmente en las franjas de infancia y adolescencia, en las que el día a día se percibe y se siente distinto por la edad y por las pequeñas cosas que, en conjunto, hacen una gran diferencia. Desde poder sentir serenidad con el trillar de las chicharras, hasta sentir el aroma fresco de la comida en leña. Mejor dicho, el campo tiene sensación a hogar y, cómo Héctor Roberto Chavero lo expresa, "los días de mi infancia transcurrieron de asombro en asombro, de revelación en revelación. Nací en un medio rural y crecí frente a un horizonte de balidos y relinchos".
Por: Lina María Carrillo Baracaldo - CrossmediaLab de la Tadeo.