God save the king

No me acuerdo de la última vez que vi retirarse a una leyenda, generacionalmente no había llegado a ese momento, porque mis grandes ídolos aún están en ejercicio y a los que vi decir adiós comencé a idolatrarlos cuando ya estaban en la madurez de su carrera, es decir, era consciente de que ese momento llegaría. 

Pero la palabra retiro suena tan lejana que hoy entendí que no estaba preparada para despedir al mejor de todos los tiempos. Mucho menos cuando le dio tanto al tenis, que el mismo tenis le quedó debiendo una despedida en competencia, con los aplausos que daba la tribuna cada vez que su majestad empuñaba una raqueta. 

El caso de Serena es un privilegio sin duda, llorar en el hombro de sus aficionados hizo que no se sintiera sola tomando una decisión tan difícil: ser mamá y no la leyenda viviente del tenis. 

En cambio, el maestro de maestros, el más lejano de los terrenales tuvo que despedirse como le tocó. La vida que siempre fue generosa con él, llegando incluso a representar el mundo de la idealización, le negó la posibilidad de elegir cómo quería irse. 

Él, Roger, deja un legado de grandeza luego de una carrera de ensueño que tuvo inicios lejanos al Federer que recordaremos siempre. Una vez fue tan humano como cualquiera de nosotros, hasta que dejó a un lado sus sombras y se transformó en ejemplo. Ahí dejó el mundo terrenal del deportista para convertirse en el más grande del tenis, tan grande que nunca estuvo solo, aprendió a ser el mejor, incluso, conviviendo en el big three y su ambición por ganarlo todo.

Produce un dolor inmenso verlo ir y que eligieran por él, pero también una satisfacción enorme por haberlo disfrutado.

Hoy, para mí, muere una parte del tenis, la cual inmortalizaré en el capítulo del Olimpo.

Dios salve al rey Roger Federer

@AndreaGuerreroQ
Jefe de Deportes Noticias RCN