Cien años de soledad: ¿La serie o el libro?

Si con la lectura aprendimos a odiar el libro, con la serie es seguro que será fácil amarlo.


Hernán Estupiñán
enero 17 de 2025
02:10 p. m.
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Y en toda la tierra de Israel no podía hallarse ningún herrero,
pues los filisteos decían: No sea que los hebreos hagan espadas o lanzas.
(1 Samuel 13: 19)

No, no es mera coincidencia. En la serie de Netflix sobre la novela de Gabo ocurre lo mismo que en la historia bíblica; vale decir, ocurre en el libro y, por supuesto, en la pantalla porque esta le otorga fidelidad al texto literario, pero mi asombroso descubrimiento como lector y como espectador es que la obra cumbre de nuestro nobel está llena de similitudes con las Escrituras, así como esta de las espadas y las lanzas de las que habla el texto sagrado. Y voy a mencionar otras que le dan sentido a la generación de los Buendía en Macondo.

Voy a decirlo de una vez, el estricto orden cronológico en el que está narrada la serie nos evita la tortura del álbum familiar que tanto dificultó nuestra primera lectura, la que hicimos todos en el colegio y con la que, como dice Juan Esteban Constaín, aprendimos a odiar esos Cien Años de Soledad narrados magistralmente por García Márquez y que nos impusieron nuestros profesores, porque comprendían que se trataba de un clásico. Si con la lectura aprendimos a odiar el libro, con la serie es seguro que será fácil amarlo.

Y las increíbles coincidencias son notorias desde el inicio:

Primera coincidencia: un patriarca huye de la tierra de sus ancestros porque asesinó a un hombre. En la Biblia es nada menos que Moisés, el guía espiritual del pueblo de Dios, el hombre al que se le reveló la visión de la zarza ardiente para que liberara a millones de hebreos de la esclavitud de Egipto y quien vivió dos veces el desierto; la primera cuando debió huir porque mató a un egipcio para defender a uno de los suyos, y la segunda en la famosa travesía hacia la Tierra Prometida. Pues en Cien años de soledad se llama José Arcadio Buendía, padre y patriarca, que atravesó el desierto guajiro buscando un mar para Macondo, mientras huía de la predicción de los hijos con cola de cerdo por compartir cama con su prima Úrsula Iguarán, y huía también de la culpa por haber asesinado a Prudencio Aguilar en una riña de gallos.

Segunda coincidencia: José Arcadio hijo huye sin importarle la primogenitura ni su hijo con Pilar Ternera ni la crianza con su hermano Aureliano ni el amor y el dolor de Úrsula, su madre. Este episodio se asemeja a la historia de Esaú y Jacob, donde además Isaac, el padre, enajenado y moribundo, es traicionado por sus hijos, como José Arcadio padre, delirante y atado al castaño del patio de su propia casa. O bien podría asimilarse en su retorno a Macondo después de tantos años de ausencia a la parábola del hijo pródigo o, aún más atrás, en el Génesis, al capricho de Abraham, padre de Isaac, de concebir un hijo con su criada contrariando la voluntad divina, como lo hizo José Arcadio hijo al juntarse obstinadamente con Rebeca su prima. Y Rebeca se llamaba también la esposa de Isaac, que por cierto también era su prima segunda. Y, por si caben dudas, Jacob, padre de las doce tribus de Israel, tuvo hijos con sus dos esposas, la bella Raquel y Lea, ambas hijas de su tío Labán y por consiguiente primas suyas. ¿Puras coincidencias?

Tercera coincidencia: ahora sí, la de las espadas y las lanzas de las que habla el libro de Samuel en la Biblia, que en el relato novelado se transforman en cuchillos, y en vez de hebreos y filisteos la pugna se trenza entre liberales y conservadores. En el relato bíblico, los filisteos tenían una clara ventaja militar sobre Israel, porque poseían el monopolio de las armas de hierro al obligar a sus enemigos a ir a su territorio a afilar utensilios como el azadón, y la Escritura advierte que “en toda la tierra de Israel no se hallaba herrero”, obviamente como mecanismo de control para evitar que los israelitas dispusieran de armas letales para atacar a los filisteos. Lo mismo hicieron los conservadores en Macondo por orden de Apolinar Moscote, el corregidor. Airada, Úrsula reclama porque las cocinas de Macondo se quedaron sin cuchillos y Moscote le responde con el pretexto de dar garantías a las “elecciones”. Más claro no canta el gallo.

Cuarta coincidencia: los nombres de las cosas. Si en Macondo se hizo necesario marcar con nombres las cosas y los objetos más elementales para luchar contra la peste del sueño y del olvido, no me cabe la menor duda de que el origen de esta idea de García Márquez es de nuevo el Génesis bíblico. Dios separó los cielos de la Tierra y llamó a la luz día y a la ausencia de luz llamó noche, y puso nombre a las alturas y las llamó montañas y a la extensión de las aguas la llamó mar, todo lo hizo antes de infundir su aliento para crear al hombre. Por esto me maravillo cuando veo un cañón montañoso como el del Chicamocha o el firmamento estrellado o un gran río o un delicado arroyo, todo sin que la mano del hombre aparezca por allí. Luego dijo “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” invocando el sentido de su creación trinitaria, pues el hombre también lo es: cuerpo, alma y espíritu. Una vez hecha su creación, el auténtico Creador del Universo y de la Vida bautizó cada cosa y cada ser viviente para evitar el olvido y la ingratitud de las generaciones venideras, que en Cien años de soledad son siete, los días en que el Padre de todas las criaturas, incluido el hombre, hizo su obra. ¿Acaso, otra feliz coincidencia?

Aunque, no lo duden, hay más, me detengo aquí para recordar que unos días antes de la puesta en escena en la pantalla, una colega y amiga, Nadia Celis, catedrática y “garcíamarqueóloga” consumada, publicó su excelente podcast “Cien años de soledad en compañía”, con la advertencia de que era conveniente escucharlo antes de que la serie de Netflix transformara la novela para siempre. Pues, apreciada Nadia, por fortuna no sucedió. La serie seguirá siendo la serie y el libro seguirá siendo el libro, así como la Biblia seguirá siendo la Biblia, sin importar lo que hagan o digan de ella.

Por fortuna las historias de la realidad saltan con frecuencia a los libros, y a veces las fantasías de los libros como Cien años de soledad saltan a la vida real, porque quién niega hoy que si queremos conocer a Colombia deberíamos leer Cien años y si queremos entender Cien años deberíamos ver la serie. Y si queremos comprender la magnífica obra creadora de Dios, todos, deberíamos leer la Biblia.

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