¿Sería posible en Colombia? Una historia de enseñanzas sobre la comida que se desperdicia
Las acciones ejemplares de un niño, una adolescente y una comunidad en el manejo de los residuos alimenticios.
Noticias RCN
04:00 p. m.
En una escuela de Ohio, un niño no quiso comerse el pan de un perro caliente. Se acercó a las seis canecas de basura que hay en el centro de la cafetería de su escuela. No sabía dónde depositar el alimento que no quería. Un adulto se acercó y le preguntó: “¿Dónde crees que va?”. Después de errar al responder “reciclaje” y “basurero”, dijo: “Compostaje”. Fue la respuesta correcta a su acción y a la de miles de ciudadanos que en esa zona de Estados Unidos han cambiado su manera de manejar los residuos.
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En ese estado, diversas organizaciones se han esmerado por concientizar a las personas del desperdicio de alimentos. Y es que en Estados Unidos es normal encontrar alacenas repletas de repetidos productos que al final no se terminan consumiendo, generando que toneladas de comida vayan a la basura sin pasar por el paladar de las personas.
Y esa comida, cuando se pudre en los basureros, crea gas metano, uno efecto invernadero que causa más daños al planeta que el dióxido de carbono. Entendiendo eso, una adolescente se puso a llorar cuando vio que su madre, también en Ohio, tiró a la basura un alimento que se le había descompuesto por no consumirlo a tiempo. Por comprar con la idea de abundancia en los pensamientos. Una idea que ha caracterizado la historia de Estados Unidos y que no ha nacido en las personas por maldad, sino por costumbre generacional.
Esa ha idea está cambiando en algunas regiones de Estados Unidos, gracias a la concientización que hacen personas como la joven que, después del llanto, le explicó a su mamá cómo realizar un proceso de compostaje: convertir los residuos alimenticios en abono orgánico y productivo para la tierra. Además, aquella familia dejó de comprar tanto en cada ida al supermercado, comenzó a congelar los alimentos, a servir menos comida cuando tienen invitados y a consumir los días posteriores la que sobraba, en lugar de comprar más.
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El convencimiento
En pro de esa empresa, Kyle O’Keefe, director de programas e innovación de la Autoridad de Residuos Sólidos de Ohio Central (SWACO, por su sigla en inglés), se dedicó a convencer a los hogares de que es menester el compostaje. “Hay que contar con el apoyo de los ciudadanos comunes, de las familias, de los residentes. Todos tienen que participar”, dijo en declaraciones que recoge The New York Times.
Además, O’Keefe, con la ayuda de la Universidad Estatal de Ohio, envió encuestas a hogares adinerados para conocer su comportamiento con los residuos de comida. Pero, como las encuestas no son totalmente confiables, decidió contratar a una compañía que revisara detalladamente la basura de los ciudadanos.
Dan Graeter metió sus manos en los desperdicios de 200 casas de Upper Arlington. Encontró prácticas adecuadas, pero también lo que temía y esperaba: residuos sueltos y tirados sin conciencia alguna. Los metió en un camión y los llevó a análisis. Descubrió que un gran porcentaje de los hogares no era consciente de su accionar. Al enterarse, SWACO comenzó a difundir mensajes de concientización, con ejemplos concretos: en promedio, una familia de Ohio puede gastar 1.500 dólares al año en comida que no consume.
Tres meses después, ya hubo cambios: los residuos alimenticios disminuyeron un 21 %. Un proceso que de a poco ayuda. Uno que continúa en otros lugares de Estados Unidos, donde se han creado leyes para que los alimentos no vayan a los basureros. Hay algunas que obligan a compañías que producen comida a donar la que no vaya a ser consumida. ¿Se podría generar algo parecido en Colombia, donde, según el Dane, Chocó —uno de los departamentos con mayor índice de pobreza— lidera la lista de desperdicios de vegetales?