Dejemos de normalizar la pauperización del trabajo
No hay fundamentos para que, en un país como Colombia, la responsabilidad de hacerse contratar bien recaiga en el empleado.
06:00 a. m.
Como lo he hecho saber múltiples veces, una de mis metas legislativas es la de quitar la prescripción de los derechos laborales. La gran mayoría de trabajadores que se encuentran laborando en condiciones indignas, no demandan por no “morder la mano que les da de comer”. Esa idea debe cambiar.
Pocos conocen que, en Colombia, cuando un trabajador quiere exigir el cumplimiento de sus derechos laborales, se encuentra con una barrera: la prescripción. Esto se debe a que el legislador estableció un límite de tres años. Es decir, si usted trabajó por cinco años bajo prestación de servicios, el contrato debía ser laboral y usted decidió demandar en el último año, al momento que salga victorioso del proceso, solo se le pagará lo correspondiente a las prestaciones de los últimos tres años de trabajo.
La razón de ser de esta prescripción es que el legislador no quiere fomentar que los trabajadores se queden en un lugar en el que están mal contratados. Sin embargo, lo que no parecen haber tenido en cuenta es la evidente diferencia de poder en esa relación. Lo anterior es pretender que un empleado ponga en peligro su trabajo al entrar en una lucha legal porque se le va acabando el tiempo para hacer valer sus derechos. Esto último es situarlo entre la espada y la pared, sin mencionar que la inmensa mayoría no cuenta con los recursos para entablar esta disputa, mucho menos la intención de sacrificar su carrera en el proceso.
No hay fundamentos para que, en un país como Colombia, la responsabilidad de hacerse contratar bien recaiga en el empleado, que a duras penas le alcanza para la canasta familiar, y no en el empleador de contratar bien desde el principio.
Pero esto no es suficiente, porque no solo se trata de un problema legal. No es fortuito que Colombia sea el país con la menor tasa de sindicalización en Latinoamérica, debido a que también es el país más peligroso para quienes hacen parte de sindicatos en el mundo. La situación es tan grave, que la Comisión de la Verdad presentó un reporte de 300 páginas específicamente sobre la violencia contra el movimiento sindical.
Tenemos enraizado un tema que se puede catalogar como cultural, pues inconscientemente estamos normalizando la noción de que demandar al jefe y exigir los derechos laborales es “morder la mano que te da de comer”, es traicionar a quien te "hace el favor" de contratarte en primer lugar.
Cuando empecé mi lucha por mis derechos laborales, esa fue la frase que escuché una y otra vez. Incluso a estas alturas, casi una década después, habiendo ganado hace años, es algo que escucho cada día.
En Colombia estamos acostumbrados a simplemente recibir lo que nos quieran dar, a no quejarnos, a no ser vistos como “empleados difíciles”. Esto no solo por nuestros jefes, sino, lastimosamente, por nuestros compañeros. Además, siempre habrá en espera alguien más que esté dispuesto a aguantar, sin importar qué.
Contamos con un "cáncer" que se ha asentado en nuestra sociedad durante décadas. Hemos aprendido desde la infancia a soportar, a no pedir, a no exigir, y sobre todo, a atacar al que sí exige, a hacerlo sentir como que está siendo injusto y desagradecido. El empleo no lo debemos percibir como un favor, como si una empresa contratara por lástima y no gracias a la profesionalidad del individuo, que le aporta a su organización y que también la hace crecer.
El éxito más rotundo que ha tenido la clase alta en este país es haber fomentado una cultura donde la clase media y baja se canibaliza y autoflagela, en donde la empresa siempre tiene la razón, y en donde que te den trabajo es un favor, independientemente de si te respetan tus derechos o no.
Hay mucho por lo que luchar a nivel legislativo. Nuestro Código Sustantivo del Trabajo es viejo. El mundo ha cambiado mucho desde que se escribió, la misma sociedad fluye con el paso del tiempo. Se viene, además, una reforma laboral en la que creo, y tengo fe, le cambiará la cara al país. Para esto, tenemos que, como sociedad, aprender algo: que las leyes no nos van a dar solidaridad entre nosotros.
Debemos cambiar el chip, entender que uno se gana el trabajo, y que a cambio, además del salario, también merece dignidad, la cual es 100% irrenunciable. Las sociedades más dignas tienen tasas altas de sindicalización y esa debe ser una de las metas.
Necesitamos la personificación de la solidaridad ciudadana, pues esta permite que al estar siendo maltratado o explotado, en vez de sentirse excluido por un grupo igual de asustado, pueda ser apoyado, protegido y representado por la colectividad.
Esta es una lección que, como sociedad, debemos aprender e internalizar si queremos avanzar en materia laboral. Tenemos que dejar de creer la mentira que nos vendieron hace décadas.
@agmethescaf
Congresista