Valores y civismo. Conceptos vitales en vía de expropiación

Por más que nos esforcemos para generar mensajes de respeto, orden, civismo, empatía, responsabilidad y valores en general con nuestros hijos, las generaciones de hoy han estado bombardeadas desde hace algunos años por una ola de criterios individualistas en donde todo parece tenerse que ganar por la fuerza, los cuestionamientos y la provocación visceral permanente.

Esta ola que se ha encargado de mandar mensajes invirtiendo valores sociales y que pretende fomentar cambios humanos a las malas, se ha encargado de dirigir la atención hacia los cuestionamientos constantes de la autoridad, del mismo orden, de la decencia y el liderazgo creativo, disfrazado de un “progreso” revanchista que quiere criticar todo lo no pueda ser concebido desde sus ideales.

Hablan de revoluciones, ¡incluso citan a Jesús! Desconociendo que él multiplicó los panes pero no los pobres; pintan monumentos, dañan obras, golpean comercios, transportes públicos y ciudadanos; chorrean pintura emulando sangre para oponerse al maltrato animal con la misma cara que salen a defender el aborto, en fin, una patología peligrosa que se disfraza de progreso a las malas, mientras invitan al diálogo.

Ya casi que suena medio iluso hablar de las buenas maneras, del respeto por la autoridad, por los adultos, por los profesores, por los papás, y por las mismas personas en general, incluidos los detractores. Si alguien habla de eso casi que es dilapidado por su condición social, por su profesión, o por su vida personal; intentando apabullar el fondo de la discusión con un incendio aún más grande, que ha logrado amedrentar el criterio y la valiosa voz de muchos que hoy prefieren no tomar posiciones.

Colombia es un país de gente tremendamente talentosa. Tenemos científicas en la NASA, directivos en las empresas de tecnología más grandes del mundo, artistas plásticos y gráficos, escultores, deportistas, líderes sociales con unas historias de resiliencia poderosa, creativos, matemáticos, autores de sistemas emergentes en hardware y software, desarrolladores de contenido, escritores, niños genios y personalidades de todas las corrientes, que en silencio ven cómo sus merecidos reconocimientos se esfuman al calor de la provocación de recursos económicos para otros fines bien particulares.

Duele ver a algunos deportistas haciendo rifas para poder viajar buscando una clasificación a los Olímpicos, mientras el Gobierno insiste en pagarle un sueldo mínimo a delincuentes que cometen sus “errores” por un valor mucho mayor. Duele ver que la memoria histórica de la provocación se vuelque más a llamar “patrimonio” a sombreros, que al reconocimiento de la creatividad y la ciencia, reduciéndoles hoy, el presupuesto a los índices más bajos del siglo.