Si este gobierno fuera el de otro
Hacer oposición sin tener que sufrir los excesos viscerales del insulto, las amenazas y la intimidación es imposible.
06:00 a. m.
Francamente las incoherencias del “pobrecismo” pasaron de generar ciertas inquietudes de preocupación psicológica, a la envidia como el eje programático de un plan de gobierno que se desarrolla entre excesos, cuestionamientos, revanchas y actuaciones escandalosas que no sorprenden, pero que nos devuelven unos 50 años a problemáticas que en teoría ya teníamos resueltas.
El decrecimiento constante en cada indicador económico, de seguridad, de ejecución presupuestal en todas las carteras, de confianza institucional y de inversión, solo parece verse afectado con el crecimiento de la impunidad, los índices de corrupción y los dígitos en las cuentas bancarias de bodegueros y activistas que hoy ya no saben cómo más defender los excesos por los que habrían vuelto a incendiar el país unas 5 billones de veces.
Se acuerdan cuando trinaban y marchaban eufóricos porque Duque subió la gasolina 100 pesos; cuando indignados lloraban mientras hacían conteos de los líderes sociales asesinados; cuando volteaban la bandera porque se perdieron 70 mil millones. ¿Se imaginan en dónde iría el incendio si Uribe le hubiese abierto la embajada de la FAO a alguien?, o ¿si Santos hubiese llegado con 20 bicicletas a la Guajira para la foto?
Dónde iría la hoguera si a alguno se le hubiera ocurrido decir que la reforma tributaria le quedó mal hecha, ¿cuáles serían las posturas del activismo eufórico pidiendo bajas en los sueldos y que hoy no se quieren bajar el sueldo?, ¿cuántos transmilenios estarían vandalizados si alguien intentara expropiarles arbitrariamente los ahorros de toda su vida?, ¿cuántos CAI estarían envueltos en llamas si destaparan escándalos, en otros zapatos, como los de los carrotanques, los topes presupuestales, las reuniones con el hombre Marlboro, o las visitas a las cárceles para mover votos?
Cuántos monumentos tendríamos pintados y descabezados hoy si en otro gobierno se empezaran a acabar los medicamentos vitales; o si en San Andrés, por poner un ejemplo, el turismo cayera al 17%; si la inseguridad se disparara en todos los municipios; o incluso si la pobreza estuviera en franco crecimiento.
A qué olería esta “quematón” visceral si los indicadores de venta de vivienda fueran los más bajos en los últimos 15 años; ¿cuántos comercios estarían aporreados si cualquier otro gobernante inaugurara en su cabeza trenes aéreos, aeropuertos internacionales en alguna ranchería guajira, y mega autopistas deforestadoras en el tapón del Darién, mientras se le otorga a la creatividad y a la ciencia el presupuesto más bajo de este siglo?
La retahíla justificadora de las barbaries ya la conocemos. Que “son los medios y sus agendas”, que “todo es culpa del gobierno anterior”, que “los que los investigan no tienen competencias para hacerlo”, en fin. Casi que es lícito cualquier exceso que hicieron como oposición y ahora más como gobierno. Una excitación que se expande por las estrellas del firmamento sin vergüenza, entendimiento, técnica o razón coherente alguna.
El panorama francamente no es bueno. Nunca hay respuestas concretas, nunca hay un cómo frente a los anuncios escandalosos. Hacer oposición sin tener que sufrir los excesos viscerales del insulto, las amenazas y la intimidación es imposible. No hay consenso, apertura al diálogo para construir; sólo amenazas y cargas para los que no estén en el idilio doctrinal monetizado y ciego. Lo sensato parecería ser no hablar de ellos, pero es imposible como ciudadano, como padre y como periodista, simplemente dejar que se esfume el país en una historia que nos está costando vidas.