El peligro está en el vecindario

Por encima de las interpretaciones que se tengan, al final todos terminan pareciéndose, usando las mismas tácticas, odiando de la misma forma, devolviéndose contra su propio pueblo.


Gustavo Nieto
agosto 31 de 2024
03:06 p. m.
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Hace unos días el presidente Gustavo Petro publicó en su cuenta de X uno de sus habituales mensajes, esta vez dedicado al peligro del avance del fascismo en Europa. Ni más faltaba, a todos nos preocupa que semejante esperpento avance en cualquier parte. La amenaza de verlo crecer como en otras épocas, es aterradora.

Dice el mandatario que, " la única manera de detener el ascenso del fascismo es con grandes coaliciones democráticas". Por supuesto, estamos de acuerdo en que la mejor talanquera para cualquier ideología o régimen totalitario es precisamente la democracia en su más pura esencia. Es decir, un sistema que garantice que distintas visiones sean capaces de coincidir en objetivos comunes, y eso sí, en cualquier caso, que respete la pluralidad de pensamiento, la libertad de credo, el acceso a la información y por ende la libertad de prensa y como no, el derecho al bienestar.

Es claro el sentido del mensaje del presidente, en el entendido de que el fascismo puede disfrazarse de muchas maneras y por lo mismo puede venir de distintas orillas. Estamos cansados de ver supuestos líderes revolucionarios convertidos en temibles dictadores y arrogantes militares de bajo rango elevados a títulos casi divinos. Todos
con algo en común, odian a quienes los contradicen y desarrollan un detestable culto a la imagen que los hace creer invencibles.

El fascismo en esencia es antidemocrático, antiliberal y autoritario. Más allá de las visiones que se tengan, me atrevo a decir que en lo que no estoy de acuerdo con el mensaje de Petro es en que el destinatario sea Europa, no porque en ese continente no haya una amenaza de movimientos de ese tipo, claro que la hay, sino porque para preocupación de todos, aquí en el vecindario estamos viendo los mejores ejemplos de semejante monstruosidad. Y cuando digo vecindario, es literal, porque son precisamente dos países con quienes compartimos fronteras en los que la democracia se desmoronó y ya no queda nada.

En Nicaragua, Ortega terminó siguiendo los pasos de Somoza y en
Venezuela, Maduro ejerce de emperador. Con descaro ambos detienen opositores a placer, expulsan a quien no les conviene, proscriben partidos políticos, cierran medios de comunicación y amedrentan a los ciudadanos con milicias encapuchadas que rondan a quienes les generen sospechas por solo pensar distinto. Lo que sucede en esos países nos hace devolver a las peores épocas de la historia. Se aíslan, bloquean la comunicación con el resto del mundo, expulsan misiones
diplomáticas u organizaciones "incómodas" y, como si fuera poco, como en Venezuela, se roban elecciones.

En el caso del país centroamericano ser católico o sacerdote católico es el peor pecado. Según la abogada Marta Patricia Molina, dedicada a monitorear la persecución a esa iglesia, 245 religiosos han sido obligados a vivir en el exilio, 19 de ellos fueron declarados traidores a la patria y despojados de su nacionalidad. Y para no dejar duda de su "garrote" implacable, entre el 2018 y el 2023, el gobierno de Ortega cerró 49 medios de comunicación y se estima que al menos 263 periodistas viven un exilio forzoso.

Todos los casos son inaceptables, pero el que más ha llamado la atención del mundo fue el que ocurrió el 9 de febrero de 2023. Ese día 222 personas presas por oponerse a Ortega fueron liberadas, de inmediato montadas a un avión y trasladadas a Estados Unidos, para nunca más volver. El destierro en su más cruda dimensión, sin patria,
porque un fulano decidió que no podían volver a su casa.

Lo de Venezuela es recurrente y más sabido. Las manifestaciones déspotas de Maduro y su corte las conocemos de sobra y no dejan de ofendernos. Las cifras de medios de comunicación cerrados y opositores detenidos crecen con el paso de las horas y el tirano se fortalece. En Europa se vivió en la década de los 30, el fascismo
italiano y el nacionalsocialismo de Alemania, resumen semejante atrocidad. Pero también después de la Segunda Guerra Mundial, las dictaduras del otro lado de la llamada ‘cortina de hierro’, repitieron el macabro libreto.

Y repito, por encima de las interpretaciones que se tengan, al final todos terminan pareciéndose, usando las mismas tácticas, odiando de la misma forma, devolviéndose contra su propio pueblo y al final, terminando de la misma manera.

Entiendo el fascismo como totalitarismo y eso es lo que vimos en Europa hace décadas y estamos viendo en América Latina en los casos que hemos referido. En su momento el mundo libre se unió ante el peligroso desafío de Hitler y Mussolini y desató una campaña militar sin precedentes para vencer a los tiranos. Después, los ciudadanos derribaron el Muro de Berlín y sacaron de sus palacios a los dictadores de Rumania y Polonia. Ahora, este lado del mundo enfrenta un reto parecido. Nadie cuerdo propondría campañas militares ni intervenciones abusivas, pero los dictadores están más activos que nunca y con desfachatez radicalizan sus posiciones.

Por eso son tan importantes los mensajes de la región contra Maduro y
Ortega, sin embargo, en Colombia seguimos esperando el rechazo del presidente Petro a esas prácticas, dándoles a esos dictadores el lugar que se merecen, teniendo una posición coherente tan simple como defender la democracia. Y una Latinoamérica unida, tal vez, evitaría que millones sigan migrando y deambulando de país en país buscando una casa que los acoja; que miles se sigan consumiendo en cárceles sin juicios justos y que otros tantos vivan en la miseria esperando una
limosna del Estado.

Esa deuda está pendiente y esa sería de verdad una posición acorde al momento histórico, una posición que el mundo libre de nuestros tiempos agradecería sin dudarlo porque, no lo olvidemos, el peligro está en el vecindario.

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