Un delincuente en casa, ¿usted que haría?: la lección de las peras y las manzanas

Por si acaso lo hemos olvidado, la casa y la familia fueron, son y serán el susurro de Dios en estos tiempos moralmente devaluados.


Hernán Estupiñán
marzo 19 de 2025
07:00 a. m.
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¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo;
que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz;
que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
(Isaías 5:20)

Ahí está el detalle. Mi papá solía repetir esta frase del comediante mexicano Cantinflas, y el detalle está precisamente en hacer pasar a lo malo por bueno. Me refiero a episodios aparentemente nimios que nuestra sociedad pretende que veamos como cosas insignificantes, pero que engendran problemas de envergadura mayor. Y comienzo, como debe ser y como decía mi mamá, por casa, porque sí, la justicia empieza por casa. Ella nos hizo devolver, a mi hermano mayor y a mí, un dulce botín de peras y manzanas que habíamos conquistado en una huerta contigua a nuestra casa de infancia, ella sentenció que sus hijos no eran vulgares ladrones para meterse a robar por un boquete que había dejado un aguacero en la pared del vecino rico del barrio, agregó que su modesto salario de maestra de escuela le alcanzaba para darles dinero a sus hijos para satisfacer su errado apetito frutal; todavía más, nos hizo poner la cara en la puerta principal del huerto para reconocer delante del dueño la vergüenza de nuestro delito.

He contado esta trascendental anécdota de niñez porque voy a hablar de una formidable novela que nos plantea un tema olvidado, y para muchos mojigato o anacrónico, que hoy se mira con cierto desdén: el de los valores morales, el precio y aprecio de la familia y el fundamento de la fe desde el hogar. El libro se llama precisamente así, “En casa”, su autora es una profesora estadounidense a quien catapultó un expresidente. Barack Obama la mencionaba cada tanto en sus discursos, ella se llama Marilynne Robinson, y describe el drama de la familia de un pastor cristiano que tiene un hijo no solo rebelde sino delincuente. Antes de entrar en los detalles del libro, me detengo en actitudes que vemos y toleramos en el día a día de nuestras ciudades. Citaré dos, a manera de ejemplo: los colados en el Transmilenio y el abuso de muchos de los motociclistas.

Colarse en el sistema de transporte público no debería ser una contravención o una falta al código de tránsito sino un delito multado y penado, no podemos hacerlo pasar como si robarle, así con nombre propio, al sistema fuera robarles a los ricos, porque aquí se desdibuja mi anécdota de infancia, como si quitarle unas cuantas frutas a la huerta del acaudalado vecino del barrio no fuera también robar; y sobre los segundos, tampoco podemos seguir mirando como paisaje urbano el hecho de que los motociclistas se adueñaron de todas las vías sin contemplar que por ellas también transitan peatones y conductores de carros, porque hicieron suyas además de las avenidas las ciclorrutas, los andenes y hasta la ruta del mismo Transmilenio. No tener en cuenta que las vías son para todos y que cada uno tiene su propio derecho y espacio es poner en riesgo la vida, ––la propia y la ajena––, pues, por si lo hemos olvidado, el año pasado más de 5.000 personas fallecieron en accidentes en motocicleta y más de 46% de los incidentes viales fueron causados por motos en Colombia.

En la novela de Robinson, el hijo rebelde, Jack, se va de casa, roba, delinque, y luego de que todo le sale mal, como el hijo pródigo vuelve a casa, donde encuentra a Glory su hermana y a su padre anciano que ya coquetea con la muerte, pero que lucha para persuadirlo con rigor, sí, pero también con amor y con argumentos de fe, de que abandone el camino de la fatalidad y acepte los preceptos divinos para enderezarlo; la situación del padre, su persistencia moral, su amor filial a Dios, y sobre todo el incondicional y fraterno compromiso de Glory conmueven a Jack, pero para evitar el espóiler dejo la duda de si serán suficientes para que Jack llegue al arrepentimiento.

La cita completa del profeta Isaías es esta: ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!

Si nos atenemos a visión general que arroja en internet la IA, en Colombia cada año cerca de 8.000 adolescentes son sancionados penalmente por cometer delitos y entre los más recurrentes aparecen el hurto, el porte y tráfico de armas y estupefacientes, y las lesiones personales; pero para ser un poco más juicioso, menciono datos de un estudio del Observatorio de la Niñez y Juventud del ICBF sobre las causas de la delincuencia juvenil realizado en unión con el INPEC en varias cárceles del país. Revela que son más los hombres que las mujeres los que caen en esas prácticas delictivas, incluida la violencia intrafamiliar, la tentativa de homicidio y, en muchos casos, la consumación del homicidio y “al indagar por las condiciones en las que se dio la comisión de esos delitos sobresalen las riñas, el consumo de alcohol u otras sustancias alucinógenas como circunstancia que los llevó a ese hecho”, pero hay un dato más sorprendente que destaca el estudio del ICBF y que resume en esta frase como motivación para matar: “Era él o yo”. El estudio complementa que la cultura de la ilegalidad, la pobreza, la falta de oportunidades, las pandillas, la baja formación escolar, el abandono, la influencia de “amigos” vinculados a actividades ilegales, los sentimiento de venganza y la inmadurez, son los disparadores de esas conductas, que no por esto las justifican, porque en otras investigaciones sobre la paternidad y su incidencia en el abandono de la actividad criminal también hay datos que nos ponen a pensar, como este: el embarazo, el matrimonio, y en general la familia motiva a que, como es natural, especialmente las mujeres desistan de seguir delinquiendo por amor a su nueva condición o compromiso de vida.

Reconforta que en Colombia tengamos noticias de padres que delatan y entregan a su propio hijo delincuente, como la registrada el 13 de diciembre del 2023 en la localidad de Suba en Bogotá cuando un papá tomó la difícil decisión de llevar ante la Policía a su hijo, a quien identificó en un video como uno de los que agredieron a puñal a otro adolescente a quien habían citado por Facebook supuestamente para comprarle una gorra. Esta vez la lección de las peras y las manzanas, con consecuencias más graves, la actitud de un papá que no solo quiere “tener su conciencia tranquila” sino enderezar el camino de su hijo para prevenir una nueva tragedia.

“En casa”, el libro de Marilynne Robinson (Galaxia Gutemberg, 2012), como anota José María Guelbenzu en su reseña en el suplemento Babelia del periódico El País de España “es una inesperada obra maestra sobre asuntos de inmensa trascendencia del ser y del sentido”, y desde mi punto de vista una pieza magistral sobre la importancia del amor y del dolor familiar, una novela muy recomendada, pues, por si acaso lo hemos olvidado, la casa y la familia fueron, son y serán el susurro de Dios en estos tiempos moralmente devaluados.

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