Ser el mejor, algo que no basta
Siempre he tenido esta deuda con tantos que si construyen, unen y exaltan al país más espectacular del mundo, una tierra sagrada de paraísos únicos.
06:00 a. m.
Sería absurdo hablar de un sonido y referenciarlo con el olor a Colombia. ¿Qué tienen que ver dos sentidos tan distantes e independientes? Si hay un nombre en este país que se conozca en cada esquina, que merezca aparecer con su cara en alguno de los billetes, en la sonrisa de cualquier raza, en la parranda que sea, y en momentos que evoquen lo bueno de este país, ese sin duda, sería el nombre de Carlos Vives.
Un soñador, un empresario, un líder de unión, un tipo buena gente que ha cantado con quien se le ha dado la gana, pero que además ha unido las raíces de la música típica con los acordes del rock, la percusión, el acordeón y las notas ancestrales, esas sí, de nuestro vallenato. Un tipo que en la simpleza ha evocado lo más grande de nuestro país y que con su olfato y generosidad ha apoyado a artistas emergentes que hoy son otros cracks que multiplican el sentir colombiano.
Carlos Vives, el patrón, uno bueno como los muchos que hay en Colombia, merece cada reconocimiento genuino, por exaltar todas las cosas poderosas que hay en nuestro país a pesar de nosotros mismos; y a pesar de nuestras divisiones, nuestros convencimientos, nuestros gustos, siempre hay un espacio en donde confluye ese acordeón magistral del eterno maestro Cuadrado y la gaita de la siempre bella y sonriente Mayte.
Un rockstar del vallenato que de la mano de un enorme talento, la sonrisa angelical, la belleza inigualable y el liderazgo de Claudia Elena y la poderosa Provincia, nos inspira y emociona hasta el alma cuando las cosas se ponen difíciles en un país que nos ocupa permanentemente con sus atropellos, y que en la mayoría de las veces no nos deja ver lo que Vives ha cantaleteado hasta el cansancio con su música y sus buenos focos de unión y alegría.
Esta no es una columna común. Siempre he tenido esta deuda con tantos que si construyen, unen y exaltan al país más espectacular del mundo, una tierra sagrada de paraísos únicos que se contaminan con nuestras barbaridades, pero que al voltear los ojos, sigue siendo esa tierra generosa que resurge en ese sonido, que como lo expliqué al principio, huele a café, a ron, a mar, a sal, a flores, a Transmilenio, a bicicleta, y a tantas maravillas de las que nos perdemos en nuestras complejidades.
Vives, Claudia, la Provincia y tanta gente a su lado, recientemente fueron escogidos como “Persona del año”, pero Colombia tiene una deuda impagable con el instante que ha estado pintando esas notas de amor de un pueblo sediento de unión, solidaridad y corazón.
Carlos Vives no es el mejor, ya dejó de serlo hace rato. Él y su historia decidieron sobrepasar esas barreras para convertirse en eterno, en un bien material de nuestras raíces, un espíritu vivo que representa lo más honesto de todos los colombianos.