El derecho a ser lo que somos
Hay una sociedad que, de a poco, reconoce que es inaplazable la necesidad de incluir, en la lista de objetivos por cumplir, el respeto por la diferencia.
08:40 a. m.
Sin proponérselo, Nicole y María José se convirtieron en los motivos para una de las reflexiones más sinceras de las que haya sido capaz. Ellas son las protagonistas de una historia compleja, con muchos matices: miedo, culpa, rechazo, amor, paciencia, pero, sobre todo, mucha valentía.
Sí, valentía, porque, si no la hubieran tenido, tal vez no estarían vivas, o vivirían, pero no serían felices. Solo la decisión de reconocerse por lo que son y tener el coraje de asumirlo, más allá de la aceptación de la familia, los amigos, su entorno laboral, las convierte en un símbolo que debería servirnos de referente para cuando queramos definir la palabra determinación.
Ellas son mujeres trans y, además, son pareja. Muchos años después de nacer, de días, semanas y meses de sentirse en el cuerpo equivocado, viviendo una vida que no les pertenecía, se enfrentaron al mundo para decir lo que eran y empezar un proceso de transformación que, aún hoy, significa el rechazo y hasta el odio de algunos.
No es un tema fácil, nadie dice que lo sea, más para mí, nacido en una generación que creció en medio de conceptos cada vez más en desuso. Con el paso del tiempo, nociones como inclusión, tolerancia, respeto y libertad fueron tomando el lugar que se merecían en mi código social.
Empecé a entender que la diferencia hace parte de la naturaleza humana y que se puede ser distinto y convivir. El respeto se fue convirtiendo en un mandamiento irrenunciable. Por estas y otras razones, la historia de Nicole y María José, magistralmente relatada por Jessica de la Peña en Noticias RCN, fue una suerte de “jalón de camisa” para este adulto más bien tradicional, amable, respetuoso también, católico, quien a través de su relato, hizo conciencia de que en esta sociedad nos falta mucho para ser capaces de entendernos más allá de lo que somos.
Sin resentimientos y sin aspavientos, reposadas, muy tranquilas, ellas relatan lo que fue un proceso difícil que les permitió ser lo que son. Enfrentaron una sociedad cruel, a lo mejor no malintencionada, pero sí maleducada, que juzga sin compasión y que difícilmente es capaz de mirarse en el espejo, de escudriñar en su conciencia. Sin embargo, sí se siente autorizada para señalar y demoler a quien intente transgredir sus supuestas normas morales.
Pero lograron vencer lo que parecía invencible. Nicole y María José sobresalen por su inteligencia, su sentido del humor; son exitosas en sus actividades, por ejemplo, una de ellas es oficial de la Policía, tienen una relación armoniosa con su familia; en fin, tratan de llevar una existencia en la que solo piden que las respeten.
Francamente, no es mucho pedir, pero pareciera que sí, si nos remitimos a las cifras. Según la organización Caribe Afirmativo, este año han sido asesinadas 26 personas trans y el año pasado, 47. Alarmante e indignante, porque aún el país tiene que registrar asesinatos como el de Sara Millerey, brutal y cargado de una crueldad insospechada. Lo que sufrió esta joven es la demostración de una fobia enfermiza, una saña salvaje que se sale de la comprensión humana.
El país quedó atónito y, a la fuerza, tuvo que reflexionar sobre la discriminación que padecen quienes tienen identidad de género diversa. Este asesinato no solo ocupó la atención de los medios de comunicación, provocó la reacción del presidente de la República, de la ONU que, a través de su Oficina de Derechos Humanos, rechazó el crimen y, por supuesto, de miles de ciudadanos que se unieron al estupor generalizado.
Hay una sociedad que, de a poco, reconoce que es inaplazable la necesidad de incluir, en la lista de objetivos por cumplir, el respeto por la diferencia. Sin embargo, aún es un tema lejano y hasta imposible para muchos. Hay que decirlo con franqueza: hay intolerancia, y a veces se desencadena en agresiones que significan la pérdida de vidas.
Cuando Jessica de la Peña les preguntó a Nicole y María José cómo se veían en unos años, dijeron que solo querían estar juntas, cuidándose, seguramente como lo sueñan millones de otros seres humanos. ¿Por qué habría de ser diferente si lo sueñan ellas? Claro que no, no es diferente; es tan legítimo como el sueño de cualquiera.
Es tan significativa la respuesta de ellas que, de hacerse realidad, sería la razón para ganarnos el derecho de llamarnos una sociedad verdaderamente humana y compasiva. Es, ni más ni menos, aceptar que a lo único que no podemos renunciar es al derecho a ser lo que somos.