La última trinchera
No estar de acuerdo con las reformas de un gobierno es una opción respetable en las sociedades modernas, como lo es defenderlas.
09:01 a. m.
Esta semana que termina será recordada como en la que el país fue testigo de una de las andanadas más groseras de un presidente contra otro de los poderes públicos.
Fue tal el calibre de los insultos del mandatario contra los congresistas que hundieron la reforma laboral que lo de menos fue su hundimiento, lo grave y lo que realmente alertó a todos fue descubrir que la agresividad del presidente tiene niveles aún mayores a los que le conocíamos y que por supuesto no corresponden a la dignidad de quien detente la jefatura del Estado.
Niveles que hacen dudar de su capacidad para respetar el orden institucional y nos hacen temer que es capaz de cualquier cosa para obtener sus objetivos.
Que quede claro, una cosa es que Petro defienda vehementemente los proyectos que cree le convienen al país, a lo que tiene derecho, es más, raro sería que no lo hiciera, y otra muy distinta es llegar al extremo de amenazar e insultar a quienes lo contradicen. Eso no lo justifica nada, menos, viniendo de quien se autoproclama demócrata. Pues bien, nada más radical que el espectáculo de mensajes en X que tuvimos que soportar por cuenta de la caída de la reforma, nada más intolerante y dictatorial que su desmedida violencia verbal contra congresistas y alcaldes, unos y otros elegidos por voto popular. Como si los únicos votos que valieran fueran los suyos.
Cita a Goebbels permanentemente para justificar sus descalificaciones, pero es él, Petro, quien llama "pueblo" solo al que está de acuerdo con él y nazi a quien no lo sigue. Un señalamiento inaceptable y sí, muy nazi, que merece todo el rechazo.
"Serán borrados de la memoria de los pueblos por multitudes desatadas"
"Con babas solo dejarás correr la sangre"
"Solo nos llevarán a la violencia"
"Vampiros esclavizantes"
Son solo algunas de las frases que soltó en más de los cuarenta post que escribió en una mañana contra congresistas, mandatarios locales y médicos, sin contar con la amenaza al legislativo que lanzó en la Plaza de Bolívar: "el pueblo los sacará, como tiene que ser" y agregó, "...y no estoy hablando carreta, los que fuimos del M-19 no aprendimos a hablar carreta".
Y tan campante, posando de demócrata, llamó "alcaldes de la muerte" a quienes no apoyaron el día cívico.
No estar de acuerdo con las reformas de un gobierno es una opción respetable en las sociedades modernas, como respetable es defenderlas, pero lo que es inadmisible es la forma en la que el presidente y sus seguidores pretenden hacerlo.
Según estudios del Banco de la República y centros de investigación tan serios como Fedesarrollo, la reforma laboral tiene aspectos inconvenientes que la hacen regresiva, incluso aseguran que pondría en riesgo al menos 500.000 empleos y afectaría seriamente a las pequeñas y medianas empresas que son el 95 por ciento del tejido empresarial.
Con esto no pretendo decir que estoy de acuerdo con su hundimiento, quiero decir que el hecho de que la proponga Petro no la hace buena de facto y menos que no pueda ser rebatida o cuestionada. Ni más faltaba, ese dogmatismo es peligrosísimo y solo conduce a la división, que es el escenario en el que el presidente se siente cómodo.
Tan peligroso es ese dogmatismo que, sin pensarlo, los petristas defienden la reforma a la salud cuando miles y miles de pacientes sufren el desabastecimiento de medicamentos, incluso a riesgo de su propia vida, lo digo con conocimiento de causa. Les guste oírlo o no, antes de este gobierno y antes de su intervención a varias EPS, la insulina y otros medicamentos vitales no faltaban en el suministro habitual de pacientes especiales pero, de nuevo, eso no parece ser un problema que le preocupe al Gobierno, que en vez de correr a solucionarlo, decide en coro llamar "vendidos" a los médicos, excluirlos de las mesas técnicas y a punta de leguleyadas evadir las órdenes de la Corte Constitucional para salvar el sistema.
Un desastre que cuesta vidas, así de simple y así de doloroso.
Y lo único que se le ocurre al Gobierno es hacer política, ¿política para defender qué?, sí es nulo lo que tiene que mostrar en ejecutorias. El propio Petro lo aceptó en el famoso consejo de ministros del 4 de febrero en televisión, en el que les dijo a sus funcionarios que el informe de cumplimiento era "fatal", así de clarito y aseguró "indignado" que, de 195 compromisos, se habían incumplido 146, así como lo leen, 146.
¿Entonces?, la ira y los señalamientos falaces se convierten en la herramienta para vender lo invendible, discursos confusos y mensajes en X que hacen insufrible el día a día, una falsa superioridad moral muy odiosa y mientras tanto, el Cauca y Norte de Santander sitiados, los escándalos por corrupción no ceden, los proyectos de infraestructura clave, incluso relacionados con la transición energética, naufragan entre el papeleo y la lentitud ideologizada de los burócratas, ni hablar de la parálisis del Icetex y el deterioro del programa "Mi Casa Ya", solo por nombrar algunas de las cosas que pasan en este gobierno.
Y sumemos más, al momento de escribir estas líneas no hay ministro de Hacienda, ni director de la DIAN, ni ministro de Comercio y tampoco director de Planeación Nacional, es decir, la política económica a la deriva, la salud herida de muerte y eso sí un presidente vigoroso, listo para insultar a quien ose contradecirlo.
En este punto, no lo duden, el país está frente a uno de los retos más definitivos de su historia, defender su institucionalidad, así, sin adornos. El panorama es oscuro, las amenazas son evidentes y la democracia con sus imperfecciones es nuestro principal capital y nosotros, la última trinchera para protegerla como el bien sagrado que es.