El conmovedor testimonio de una madre que perdió a su hijo por los falsos positivos
Beatriz Méndez contó a NoticiasRCN.com la historia del asesinato de su hijo y su sobrino, presentados como bajas en combate.
Katheryne Ávila
05:00 p. m.
Beatriz, respira con la voz entrecortada y continua: “mi hijo se llama Weimar Armando Castro Méndez y mi sobrino Edwar Benjamín Rincón Méndez. Mi hijo era un muchacho salsero, rumbero, con sueños, con habilidades, con talentos a la pintura, la arquitectura y el Diseño Gráfico. Cuando él hacia los trabajos de planos, yo los veía tan perfectos que le decía: ‘si algún día Dios nos socorre un lote, quiero que me hagas el plano de nuestra casa’. Y por ahí tengo ese plano, y le digo yo ‘la casa en el aire’, porque se quedó en eso, en un plano”.
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Beatriz Méndez Piñeros, de 56 años, es una víctima de los mal llamados falsos positivos. En junio del 2004, la vida de esta mujer cambió por completo cuando su hijo y su sobrino, ambos de 19 años, se convirtieron en parte de las 6.402 personas que fueron presentadas como bajas en combate en el territorio nacional, entre el 2002 y el 2008.
Ellos salieron con una amiga de la casa el 21 de junio del 2004, esa tarde se fueron, quedaron en dar una vuelta y no regresaron nunca, afirma la mujer.
La desaparición de su hijo fue un lunes festivo y el martes su hermana comenzó la búsqueda, porque Beatriz no se encontraba en Bogotá. Preguntó en los CAI de la zona, en las redes de hospitales y en las UPJ, pero no pudo dar con el paradero de los jóvenes. “Averiguamos donde vivía la niña que se llevó a los muchachos, le dijeron que vivía en Bosa, pero no hubo razón alguna”, cuenta.
De acuerdo con el testimonio de Beatriz, días después, en un noticiero apareció “alerta, atención, en el sur de Bogotá dados de baja en enfrentamientos con el Ejercito dos NN, guerrilleros’, porque infortunadamente a ellos les quitaron los papeles y los hicieron pasar por guerrilleros, los uniformaron”, narra ella.
El último lugar en el que uno buscaría su familia es en Medicina Legal, jamás pensaría uno. Así fue como me convertí en víctima, concluye la mujer.
Luego de enterarse de la noticia por un familiar, el cuñado de Beatriz fue el encargado de recibir los cuerpos. “En Medicina Legal le dieron una bolsa, ahí fue donde venían esos chinos, ahí nos dimos cuenta de que los habían uniformado. A mi sobrino le dieron 42 disparos, a mi hijo 16, además los torturaron”.
Hijo y sobrino de Beatriz Méndez / Foto: cortesía
El calvario de esta familia no terminó allí. A raíz de todo lo que sucedió, comenzaron a recibir amenazas y llamadas anónimas. Organizaciones de derechos humanos les ofrecieron sacarlos del país, pero la mujer se negó. “Nosotros queríamos seguir viviendo acá, pero tras de que nos mataron a nuestros hijos, nos tocó huir, entonces optamos por irnos para el campo, a nuestra tierra natal, Boyacá. Mi hermana sigue allá, lleva 18 años enterrada en el campo, ella no ha pasado ese proceso”.
En busca de una vida nueva, Beatriz se fue de Bogotá. “Con nuestras heridas, con nuestras alas rotas, con nuestros sueños y los sueños de nuestros hijos, de verlos ya profesionales en los que les gustaba (…) Allá prácticamente nos enterramos, pero en el 2008 comenzaron a conocerse denuncias de que había jóvenes desaparecidos en el país”.
Audiencias de reconocimiento de la JEP
“Dice la palabra que la verdad nos hará libres”, para Beatriz, el testimonio de los comparecientes en las audiencias de reconocimiento que se llevaron a cabo en Ocaña, Norte de Santander, durante el 26 y 27 de abril, es una forma de reparación de las víctimas. “Yo quiero que ellos digan una verdad auténtica. Cuando ellos dicen ‘yo soy coautor’, entonces que digan quién es el autor, no están diciendo la verdad porque tienen que decir nombres propios”.
Pese al dolor y las dificultades de las madres y los familiares presentes en las audiencias, la mujer afirma que está allí por su hijo. “Saber cómo ocurrieron los hechos es muy bueno, así nos duela. Un día otro de mis hijos me dijo: ‘mami, usted quiere una verdad que le duela o una mentira que le alivie’, le dije: 'una verdad'. Eso duele, pero entonces sabe uno quien es, tiene rostro y tiene nombre, y eso le ayuda a uno a sanar”.
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De acuerdo con la mujer, las audiencias en las que los militares han aceptado los hechos no son diferentes a las que ya se habían realizado previamente, pero en privado. Según ella, es “más de lo mismo, pero en diferente escenario”. Lo único que espera Beatriz, es que no se cierren los casos, que las audiencias continúen, y los nombres de quienes dieron la orden, salgan a la luz.
Como acto simbólico, vistió un pantalón camuflado en las reuniones con la JEP. “Me vestí así para ponerme en el lugar, no de ellos, porque yo no soy asesina, pero si ponerme los pantalones que un día le pusieron a mis hijos y a muchos”.
Frente al trabajo que realiza la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Beatriz considera que es un proceso de aprendizaje que hasta ahora está comenzando.
Perdonar a los victimarios
El perdón es un concepto que, para esta mujer de 56 años, todavía está muy lejos. “Perdonar va en cada corazón. Yo creo que para ellos sería un premio y pues no (…) yo no sé si es que soy dura o qué, pero es que lo que le hicieron a uno no es cualquier cosa, mataron a nuestros hijos, y ese cordón umbilical nunca se romperá”.
Aunque no habla de perdón, Beatriz reconoce que las vidas de quienes mataron a su hijo son también valiosas. “Eso fue una preparación psicológica para encontrarse con los verdugos. Pero uno también piensa que ellos tienen una mamá y ellas deben tener un dolor muy grande, de decir, cómo es posible que ellos se hayan desviado de ser esos héroes de la Patria”.
Las secuelas de un falso positivo
La vida de Beatriz cambió por completo. Su familia que antes era muy unida, se separó, porque durante muchos años la mujer culpó a su hermana por haber dejado salir a los hijos. Hoy, 18 años después, afirma que el dolor no ha desaparecido. “No hay felicidad completa, hace poquito cumplí años y saber que no voy a encontrar nunca más esa rosa que el me dejaba siempre (...) pero ya no hay nada que hacer”.
Pese a la tristeza que la invade cuando recuerda a su hijo, para esta mujer de 56 años aún hay esperanza. “La Colombia que yo sueño”, dice con emoción, “la que yo quiero que mis nietos, mis bisnietos y mis generaciones vivan, es en esta riqueza de todos los climas, de todas las frutas, de todas las flores y tantas cosas lindas que hay acá en este país”. Sin embargo, su voz se apaga cuando afirma que “mucha gente quiere salir corriendo por la inseguridad, por la injusticia, pero es que el país no tiene la culpa (…) sueño un país en paz, pero no la que firmó Juan Manuel Santos, ni esa paz con hambre, sin salud, sin oportunidad de que los muchachos salgan de un distrital y no puedan entrar a la universidad porque no hay plata, esa era la oportunidad que necesitaban nuestros hijos”.
Álvaro Tamayo, teniente coronel
A Beatriz le gusta el croché, ha encontrado en tejer una forma de expresar sus sentimientos por medio de las figuras y las “telas memoria”, sobre las que mujeres víctimas cuentan sus historias.
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La mujer relata que una vez se encontró con Álvaro Tamayo, teniente coronel que en las audiencias de la JEP reconoció el asesinato de civiles y afirmó ser “una vergüenza para la Institución”. Un día, Tamayo estaba conversando con Beatriz sobre la hija de ocho años que él tiene. “Yo le pregunté, ‘¿usted qué haría si le llegase a pasar algo grave a su hija?’, algo como lo que le pasó a mi hijo, el me respondió: ‘yo mataría al que le hiciera daño a mi hija’. Imagínese lo que a nosotras nos pasó por la mente al comienzo, cuando todo pasó. Pero ya con el tiempo, cada uno tendrá su propio castigo”.