Violencia de género: un problema estructural que necesita “humanizar la experiencia de las mujeres en la justicia”
Vanessa Rosales, escritora experta en perspectiva feminista, nos habló sobre la preocupante situación de violencia contra las mujeres en Colombia.
Laura Alturo
01:00 p. m.
Con la sanción de la Ley 1761 de 2015 oley Rosa Elvira Cely, que tipificó el feminicidio como un delito autónomo, Colombia se convirtió en uno de los países de Latinoamérica con mayor avance en términos legislativos sobre las violencias de género.
Sin embargo, según cifras del Sistema de Información Estadístico, Delincuencial, Contravencional y Operativo de la Policía Nacional, SIEDCO, entre enero del 2019 y enero del 2022 se denunciaron 354.832 casos de violencia de género al interior de los hogares en el país, en los que el 77% de las víctimas fueron mujeres y niñas.
Además, cifras recientes de la Procuraduría General de la Nación despertaron preocupación debido a la cantidad de alertas emitidas por autoridades municipales sobre riesgos de feminicidio a lo largo de este año. A esto se suman los 64 casos por feminicidios, tan solo en Bogotá, que están a punto pasar a vencimiento de términos.
En Colombia, aunque existen medidas y rutas de atención dispuestas para recibir denuncias de mujeres que se encuentran en estado de riesgo, las cifras por violencia, feminicidios y delitos sexuales continúan siendo alarmantes.
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Sobre este tema hablamos con Vanessa Rosales, escritora, historiadora y columnista experta en teoría de la estética y perspectiva feminista, quien planteó su posición sobre la normalización de la violencia contra las mujeres en el país, las medidas que hacen falta para resolver esta problemática y la importancia de incluir a los hombres en las conversaciones de género y feminismo.
¿Cómo explicar el arraigo de la violencia de género en Colombia?
Por un lado están los aprendizajes enquistados y añejos. Hay muchos frentes hacia lo femenino, desde la manera en que se culpabiliza a las mujeres, hasta la manera en la que se les deshumaniza desde los aprendizajes misóginos. Eso está muy intrincado en la cultura, por eso a veces me pregunto qué está pasando con los niños y niñas hoy en términos de educación, es decir, cómo estamos transformando de raíz la estructuras y la manera en la que se percibe y se trata lo femenino para explicar la violencia sistemática y dolorosa.
Por otra parte está el dolor de una justicia completamente patriarcal, en donde predominan los hombres y una mirada misógina que no legitima la dimensión de esto. Es un proceso histórico y social complejo. Mientras los hombres no participen, mientras las masculinidades no sean interpeladas y no se aborden los mandatos de la masculinidad, es difícil que haya transformaciones radicales.
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¿Cómo debería transformarse la justicia para atender debidamente los casos de violencia contra la mujer?
Todo eso está fundamentado en una estructura misógina. La misoginia, que es una palabra que parece grandilocuente, se refiere a una aversión hacia las mujeres y hacia lo femenino, es un aprendizaje largo e histórico que nos atraviesa a todas y a todos y que en algunas esferas se evidencia más, como pasa con la justicia. Esta incapacidad de oír, de humanizar la experiencia, validarla y generar recursos reparatorios y protectores, se explican con la misoginia estructural.
Esta es una pregunta que nos hacemos muchas en esta lucha: ¿cómo penetrar una mirada más solidaria, simpática y humana hacia las experiencias de las mujeres en la justicia?
Desde las feministas de los años 70, que pavimentaron el camino, se han creado muchos colectivos y medios para visibilizar esta situación. Pero es fundamental también que haya un involucramiento de lo masculino, incluso podría ser importante llevar el tema hacia cómo se enseña el Derecho en el país, que se implementen perspectivas feministas y de género en la formación de abogados, jueces y quienes intermedian estos procesos.
Es un tema estructural que está en los cimientos de lo social, pero sí hay que empezar a mirar qué se está hablando en términos de misoginia y feminismo en estos sectores.
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¿Cómo incluir a los hombres en la conversación sobre violencia de género?
Así como la feminidad ha sido prescrita o se ha impuesto como normativa, desde hace 50 o 60 años esto se ha venido cuestionando gracias al movimiento de liberación femenina; con la masculinidad sucede algo similar.
Estas masculinidades incluyen sus propios mandatos, sus cárceles y sus heridas, y por supuesto la agenda política ha necesitado estar más de lado de lo femenino. Pero si los mandatos de la masculinidad, que son violentos hacia sí mismo y hacia las mujeres, no se interpelan, las revoluciones van a ser parciales.
Es muy importante que las masculinidades se incomoden. Preguntarse cómo se está criando a los varones, cómo se están interpelando los mismos hombres, cómo aprenden a mirar sensorial y conceptualmente a las mujeres, cómo aprenden a desear y a oír. Si estas discusiones no se dan, la revolución no va a ser, no se van a transformar las instituciones, ni las políticas públicas, ni la justicia.
¿Cómo explicar el papel y la esencia del movimiento feminista en un país como Colombia?
Históricamente, para deslegitimar el feminismo se ha recurrido a distorsionarlo y a hacerlo ver como una fuerza antinatural que debe ser contenida porque amenaza un orden largamente establecido, en el que las mujeres debían ser madres, permanecer en lo doméstico y soportar el ámbito privado, que permitía que lo masculino fuera lo único afianzado en lo público.
Una de las grandes tragedias de género es que lo aprendemos como prescripción y no como posibilidad, el día en que podamos entender que el feminismo es una fuerza múltiple, amplia, heterogénea, de muchas dimensiones y que fundamentalmente busca luchar contra todas las opresiones, comprenderemos que nos libera a todas y a todos.
El feminismo nos permite ser complejos, ser por fuera de las prescripciones limitadas que nos cohíben y nos obligan a ser de determinada manera.
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¿Cómo ha cambiado el rol de las mujeres al interior de las esferas sociales y políticas?
Hay muchas formas de opresión en términos de clase social, de acceso a la salud y a la educación, sin embargo, siento que es un momento que, aunque nos genera mucho dolor por todo lo que todavía nos falta, también se está viendo una revolución para las mujeres. Eso nos da esperanza, nos da un poco de goce. Hemos visto elegir a una primera mujer vicepresidenta negra que representa a un sector importante.
Vemos también una representación femenina importante en las políticas institucionales, una juventud de mujeres que va a la calle y usa pañuelos verdes, que denuncia y busca la libertad en su estética y en su cuerpo. Todo esto es ambivalente, porque es una época de mucha lucha todavía, pero también hay más esperanza.
¿Cuál es la lucha más importante en temas de género en este momento para el país?
Lo dividiría en dos. En términos coyunturales estaría el cuidado y la remuneración del trabajo doméstico, de la manera en que se trata a las mujeres que hacen esta labor; es decir, lo que ha movilizado a Ángela María Robledo alrededor de lo que implica para las mujeres el trabajo en la casa, esa es una de las grandes revoluciones que está por darse.
Por otro lado, la posibilidad de autonomía económica de las mujeres. Estos son los temas de los que necesitamos ver más al interior de las agendas de la política pública.
¿Cómo proteger y reconocer a las mujeres que se dedican al trabajo doméstico?
Debería haber muchas más políticas públicas y un trabajo de los medios para visibilizar las problemáticas estructurales. De hecho los mismos políticos elegidos deberían priorizar y respaldar las apuestas en pro de las mujeres en cuanto a las leyes y lo que se debe implementar para protegerlas y reconocer su labor.
¿Cuál es el mayor reto en temas de género para el nuevo Gobierno?
Hay mucha esperanza, pero hay que recordar que se heredan estructuras y que ningún Gobierno puede enmendar siglos de desigualdad. Tengo la esperanza de que desde el Senado y las instituciones se puedan dar estos debates, que se creen políticas públicas para favorecer el trabajo doméstico y todo lo que se conoce como economía del cuidado, aquellos oficios que han sido feminizados y que sostienen lo público y lo masculino.