¿El fin del amor?
¿Para qué vivir? En el pasado nadie se hizo esta tremenda pregunta; solo los suicidas. La respuesta era obvia: ¡para amar, tener hijos y una familia!
12:33 p. m.
¿Para qué vivir? En el pasado nadie se hizo esta tremenda pregunta; solo los suicidas. La respuesta era obvia: ¡para amar, tener hijos y una familia! Estos tres componentes le daban profundo y diario sentido a la vida de cada adulto.
¿Estamos ante el fin del amor? Hay demasiadas señales de que sí. Para nuestra generación resulta incomprensible e inimaginable ya que le dio gran parte del sentido a nuestras vidas.
Comencé a estudiar este tema en 1987. ¡Llevó 35 años de mi existencia con esta crucial pregunta y me ha interesado como pocas! Mis amigos la califican como mi monotema. Varias veces pensé que sería magnífico filmar un extenso documental o una película sobre el tema. Pero carezco de competencia, o de preparación para realizar este sueño. Por gratísima casualidad, anoche ví una película titulada El tiempo que te doy. Lo más similar al documental que pensé desarrollar. Te la recomiendo si te interesa este enigmático tema.
Recapitulemos
Comentamos ya que la primera gran soledad comenzó en 1770 en Inglaterra y se extendió por todo el mundo occidental, hasta alcanzar a todos los países. Fue la soledad causada al disolverse las familias extensas del pasado, armadas por abuelos, padres, tíos, y primos situados en un mismo lugar; la tradición durante seiscientas generaciones, con el extenso período de la agricultura y los primeros asentamientos humanos.
Las industrias, los salarios y las ciudades capitalistas ocasionaron una intensa y veloz migración de jóvenes, motivados por el anhelo de ganar un salario personal y de disfrutar libertades plenas como nunca antes fue posible.
Solo que al migrar los nuevos padres urbanos perdieron el apoyo de sus parientes para criar los hijos que en las ciudades llegaron por montones. Con las nuevas familias sostenidas exclusivamente por el trabajo del padre, pues la madre asumió la crianza y el hogar, los hijos dejaron de ser el gran anhelo y la magnífica inversión de los tiempos agrícolas, pues ya no nacían con ningún pan bajo su brazo.
A finales de 1959 e inicios del año 60 el equipo del doctor Pincus alcanza un logro investigativo y comercial notable: lanza al mercado la primera píldora anticonceptiva, anhelada por todos. A enorme velocidad social las familias se reducen a dos, uno o ningún hijo. Cae al piso la taza de natalidad.
Aparece la cada vez más extendida soledad 2 o soledad íntima. Sin hijos de por medio, las parejas se rompen con extrema facilidad. Además, se forman menos parejas. Pocas personas deciden compartir su existencia con otro u otra; muchísimo menos hasta el final. Un momento si, para hablar, ir a un concierto, a cine. Mas no para convivir, esto es, compartir la existencia de dos, denominado el amor en el pasado, preciso nuestro tema.
La disolución del amor
El proceso fue muy veloz. La disminución drástica de los hijos hizo innecesario convivir con la pareja. En ese escenario social perdió sentido el elaborado ritual de compromisos, denominados por la tradición El matrimonio.
Sin hijos en el horizonte, o máximo uno, sin convivir y sin tampoco un compromiso de pareja ocurre un doble declive. En primer lugar, el de los hijos, y con ellos el de la paternidad/maternidad. En segundo lugar, el declive de la pareja y el amor. ¿Ahora para qué?
Allí no terminan las consecuencias sociológicas. Continúan. Sin convivir con la pareja, y sin compromiso ¿tiene algún sentido prometerse fidelidad sexual? No, o demasiado poco. Se abren las relaciones o desaparecen. Queda solo el sexo esporádico y muy situacional. Por ejemplo, luego de una fiesta con mucho licor o drogas; no mucho más que esto.
Y aunque los hippies pensamos ser los pioneros de la revolución sexual, los liberadores del sexo hecho disfrute y placer eternos, el efecto paradójico que se acentúa es la asexual o mínima actividad sexual. El cual introduce en nuestra soledad la escasa interacción corporal con otro. No hay con quien con-sentirse, tocarse, estimularse, disfrutarse.
¿Para qué vivir?
En el pasado nadie se hizo esta tremenda pregunta; solo los suicidas. La respuesta era obvia: ¡para amar, tener hijos y una familia! Estos tres componentes le daban profundo y diario sentido a la vida de cada adulto. Valía la pena madrugar cada día a tomar un apretado bus urbano para ir trabajar al menos ocho horas para aportarle los recursos a los hijos y a la familia. El amor, el sexo y los hijos fueron por siglos o milenios la respuesta universal al sentido de la existencia.
Sin ellos en el horizonte, ¿valen la pena todos los sacrificios del trabajo a fin de regresar solo a un micro apartamento? Ta vez para viajar, disfrutar, darse algunos placeres. El problema psicológico detrás de estas respuestas es que son situacionales, esporádicas e intrascendentes.
¿Entonces, para qué vivir? Hoy más que nunca es una gran pregunta ante la cual demasiadas personas no encuentran una respuesta satisfactoria. Estos son parte de los enormes problemas que nos trajo la soledad.
¿Estás solo?