¿Dónde quedó la memoria?
"¿A quién le sirve la negación de la historia? ¿A quién le convienen las historias que se cuentan a medias?"
11:10 a. m.
Mientras vivo en Austria veo una constante: es un país y una región, y en general el centro de Europa, cuyos cimientos se construyen a través de la memoria. A donde vaya, memoriales, placas y monumentos se levantan recordando los horrores del holocausto que acabó con la vida de seis millones de judíos y más de once millones de miembros de otros grupos étnicos y políticos.
La memoria es una piedra angular del reconocimiento de las atrocidades que ocurrieron durante la opcupación Nazi, es además un pilar fundamental para la no repetición. Conocer la historia de las víctimas, compartirlas y difundirlas es una forma en que el mundo recuerda que existió esta tragedia, que sucedió ante nuestros ojos y que de ninguna manera puede volver a ocurrir, la promesa del “never again”.
Es esa misma memoria la que es usada para la manipulación política, para los mitos de escape que son usados en la conformación de la identidad nacional, es a través de esa misma memoria que se niega sistemáticamente el genocidio en Palestina y se exculpa al Estado de Israel. La memoria es entonces un arma política, que se usa todo el tiempo de distintas formas y que constantemente nos cambia los significados, las nociones y las narrativas.
No puedo evitar entonces pensar en la forma sistemática y cruel en que la memoria ha sido un ejercicio difícil y negado en Colombia y cómo ha sido primordialmente usada como un arma política.
Solo unos meses atrás, las excavaciones realizadas por la Unidad para la Búsqueda de Personas Desaparecidas dejaron al descubierto los hornos crematorios que paramilitares habrían usado para desaparecer los cuerpos de sus víctimas.
En ese momento, algunos sectores insistieron en desconocer la realidad de la herida que dejó el paramilitarismo en el país. ¿A quién le sirve la negación de la historia? ¿A quién le convienen las historias que se cuentan a medias?
No es casualidad que tantas veces los hallazgos de la Comisión de la Verdad que ha puesto al descubierto todas las aristas que ha tenido el conflicto armado en Colombia sean puestos todos los días en duda. Que el reconocimiento del dolor y el daño que se causó y se sigue causando sea una carga pesada y desligada de lo cotidiano, un lavado de manos constante, y que el reconocimiento sea una cruz que nadie quiere cargar.
Colombia es un país sin memoria colectiva y cultural y un país al que se le ha negado el derecho a la verdad. Dejamos morir los debates y las conversaciones cotidianas que nos acercan a una construcción colectiva de memoria y, por ende, a una construcción nacional que recoja los matices, diferencias, las víctimas y los victimarios. La memoria es una arena de disputa, constantemente manipulada de forma política, minimizada, excluida, manoseada.
Difícil hacer memoria en un país en que incluso la construcción de un museo cuyo propósito principal es la conmemoración de las víctimas parece haberse quedado olvidado en el tiempo, sin ningún tipo de respuestas o priorización. Difícil construir memoria en un país donde la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica es solo un puesto más que llenar con el amigo de turno.
En Bogotá una construcción de formas extrañas yace vacía y abandonada en la mitad de la ciudad, una alegoría a las miles de víctimas en Colombia: olvidadas, sometidas a la revictimización de los trámites burocráticos y al negacionismo histórico del conflicto armado en el país que parece dispuesto no sólo a contar una parte de la historia sino a mostrar solo una parte de las víctimas, las que cuentan el relato que no les embarre los zapatos al gobierno de turno.
Politóloga y administradora de empresas. Maestrante en Estudios Internacionales.
@gabrielafoam