Dabeiba, la vida después de la muerte
Nos sumergimos en este rincón de Antioquia en donde la violencia se convirtió en una rutina, pero que ahora le devolvió la vida a aquellos que un día fueron silenciados.
Como la niebla que desciende del cerro Paramillo y envuelve a Dabeiba, así llegó la guerra y se quedó a vivir durante 20 años. En este rincón de Antioquia, donde la violencia se convirtió en una rutina, los horrores del conflicto dejaron cicatrices profundas en la memoria de quienes lo vivieron.
En Dabeiba, se planearon emboscadas guerrilleras, soldados heridos por explosiones y masacres perpetradas por paramilitares. El sargento Fidel Ochoa, quien llegó en 2005 para comandar un pelotón del batallón de contraguerrilla número 39, recuerda cómo la orden de sus superiores era clara: no importaban las capturas ni las incautaciones, solo los muertos contaban como resultados. En su afán por cumplir, Ochoa y sus hombres traicionaron sus propios principios sin darse cuenta, rompiendo un juramento sagrado.
Uno de esos trágicos episodios tuvo lugar cuando Ochoa y su comandante Jaime Coral viajaron desde Dabeiba hasta Medellín, buscando a alguien a quien pudieran asesinar y vestir como guerrillero. En la terminal del Norte, encontraron a John Jarvey Cañascal, un soldado bachiller que había servido a su país. Sin saberlo, John se convirtió en la víctima de una trampa mortal, orquestada por aquellos a quienes había jurado lealtad.
Creyendo que lo trasladaban a una finca para trabajar, John nunca sospechó que estaba a punto de ser ejecutado. El coronel Guzmán, siguiendo el plan, y como expresa una familiar de Cañascal, fue quien disparó el primer tiro en la cabeza de John, quien fue registrado en los informes de la brigada como un guerrillero muerto en combate. Su cadáver terminó en algún lugar entre Dabeiba y Carepa, enterrado junto con la verdad.
Sin embargo, los responsables de esta atrocidad no contaban con la perseverancia de una madre. Durante 19 años, Amparo, la madre de John, nunca dejó de buscar a su hijo. Sus oraciones y su incansable lucha finalmente rindieron frutos cuando logró recuperar el cuerpo de su hijo en 2024, permitiéndole darle un entierro digno.
Mientras Amparo enfrentaba el dolor de la desaparición de su hijo, el sargento Fidel Ochoa cumplía una condena de ocho años por otras desapariciones en el Urabá antioqueño. En prisión, Ochoa reflexionó sobre sus actos y el impacto de la guerra en su vida. Reconoció la bajeza de haber involucrado a personas inocentes, haciéndolas pasar por criminales ante la sociedad.
Ochoa, quien ahora dedica su vida a construir la paz, se comprometió a encontrar el cuerpo de John y entregarlo a su madre. "Yo mismo voy a ir donde tenga que ir", le prometió. Con la recuperación del cuerpo de John, la familia pudo finalmente descansar, encontrando alivio en la verdad.
En el cementerio Las Mercedes de Dabeiba, donde se enterraron 46 víctimas del conflicto, la verdad comienza a despejar la nube de dolor que cubrió a la región durante décadas. La entrega de los cuerpos no solo devolvió la vida a las familias, sino que también permitió limpiar el nombre de quienes fueron injustamente asesinados y señalados como guerrilleros.
La vida continúa en Dabeiba, más allá del perdón, con la esperanza de que la verdad y la justicia restaurativa se conviertan en una realidad palpable, no solo en palabras, sino en el corazón y la mente de quienes estuvieron involucrados en estos hechos. La verdad, como un viento fuerte, comienza a disipar las sombras de la guerra, devolviendo la vida a aquellos que un día fueron silenciados.