Presidente, ¿y si hacemos un detox de redes?
Sonará muy utópico, pero yo sí creo que el universo no está metido en ese teléfono.
06:02 p. m.
El sábado y domingo puedo pertenecer a esa porción privilegiada de la sociedad que no tiene ni idea de las tormentas políticas, de las guerras, del odio. No leo ni veo noticias, no escucho radio. Entiéndanme, por favor. De lunes a viernes, desde las 3:45 a. m., mi atención solo gira en torno a eso.
Me ha resultado difícil escapar, sobre todo porque en Colombia tenemos la guerra cerquita. Sí, hasta quien vive en un apartamento lujoso o en una casa de dos pisos con jardín. No escucharemos ráfagas de fusil como las familias del Catatumbo, pero cada vez que agarramos el celular, ya entramos a territorio hostil... ¿Tiene X? Entonces me entiende.
No vengo aquí con el discurso convencional de que quienes deberían dar ejemplo son los que más se agarran. Ya conocemos bien los trinos de nuestro presidente, de sus allegados y también los de sus opositores. Un reguero de desprecio, de señalamientos violentos. Muchos: "usted hizo", "es su culpa", "yo tengo la razón"... y las otras mentadas de madre que no quiero reproducir porque no me gusta ni leerlas.
Pero ellos no son los protagonistas de este mensaje, somos usted y yo, y lo que vengo a proponerle. A pedirle. Ellos están haciendo politiquería, campaña, siempre han jugado sucio; ya sabemos que un día se abrazan y nos trinan la foto, y al otro se bloquean... Pero usted y yo, ¿qué estamos haciendo? ¿Para qué lo leemos? ¿Por qué lo compartimos? ¿Por qué hasta peleamos con desconocidos?
La respuesta está en nuestro cerebro, en un neurotransmisor llamado dopamina que activa el sistema de recompensas. Las redes, en general, están diseñadas para que liberemos mucha de esta sustancia y siempre volvamos, impulsados por otro like o el video de un perrito jugando con su cola. En el caso de las peleas, la recompensa llega cuando creemos que ganamos un argumento, cuando somos apoyados por retuits. Esa sensación de victoria sobre el otro, de superioridad moral, el deseo de tener siempre la razón, casi que nos intoxica de dopamina y volvemos, cada vez más feroces.
Buscar el drama de una confrontación con respuestas inmediatas activa ese ciclo de recompensa, y cada vez tenemos más necesidad de ella. ¿Será que el presidente Petro se animaría a hacer un detox de redes sociales? Bueno, allá él. Pero usted y yo sí deberíamos practicarlo... Así usted no pelee, como yo, y solo se meta a ver, nos estamos contagiando de desesperanza, perdemos la fe en la bondad de la humanidad. Basta con salir a conversar con el portero, ayudar a una señora con las bolsas o hablar con la que saca el perro a la misma hora que uno para darse cuenta de que, frente a frente, somos seres empáticos, más capaces de hacer amigos que enemigos.
Sonará muy utópico, pero yo sí creo que el universo no está metido en ese teléfono. Levantemos un poquito la cara, pongámoslo en el bolsillo, compartamos miradas con el otro. Al fin y al cabo, tienen más que perder quienes odian, porque llevarse un punto a costa de la integridad del otro nos margina, nos destruye de a poquitos por dentro y nos deja solos, tan solos que nada más nos quedan de lado mil likes.