No es humanizar a los animales, es humanizar el amor por ellos
Esta es una carta abierta a todos los que hemos perdido en el camino a un amigo, a un hijo o a la representación de ese amor animal.
06:00 a. m.
Hace cinco meses perdí a Lyo, mi gato. Un día, de la nada, comenzó a mostrar señales de que algo no andaba bien. Yo acababa de llegar del canal, eran las 11 de la noche. Sin pensarlo, lo llevamos al veterinario. Pero nunca más volvió a su casa. Nunca más volvió a llenarnos de sus ronroneos, de su calidez, de su presencia que iluminaba nuestro hogar. Y lo que más me dolió, lo que me sigue doliendo como una herida abierta, es que no tuvo tiempo de despedirse de Mara, su hermana.
Es la primera vez que exteriorizo lo que sucedió con uno de los grandes amores de mi vida. Sí, mi gato. Para muchos, hablar de un animal con tanto sentimiento es casi una herejía. “Estás humanizando al gato”, me dirán. Y puede que tengan razón. Pero en realidad, lo que trato de humanizar no es al animal, sino al amor que sentía por él, sin miedo, sin prejuicios, sin esas barreras que la sociedad suele imponernos cuando se trata de expresar nuestros sentimientos por quienes nos acompañan en la vida.
Lyo me enseñó a ser padre, a su manera. Cuando hace 11 meses supe que iba a tener un hijo, no sentí miedo. Y eso se lo debo a él y a Mara. Cuidarlos, atenderlos, amarlos, aunque no sea lo mismo que criar a un hijo humano, me fue preparando para este nuevo rol. Me ayudaron a entender que ser padre va más allá de lo operativo, de la rutina diaria. Me enseñaron a estar presente, a dar amor incondicionalmente, a sentirme responsable por otro ser que dependía de mí para ser feliz.
Pero su partida me dejó una espina en el corazón. Estos meses han sido un mar de remordimientos, preguntándome si alguna vez le devolví todo el amor que nos dio. Lyo y Mara fueron los primeros habitantes de nuestro hogar, los primeros en darme la bienvenida a una vida en familia. Construimos un hogar juntos, y cuando él se fue, me di cuenta de cuán profundo era el vacío que dejó.
Hoy, frente a la matera que tenemos en su honor, quiero compartir las palabras que escribí tres días después de su partida. Palabras que, hasta ahora, no había podido compartir con nadie:
Adiós, amigo. Adiós, hijo. Adiós, Lyo.
Este dolor parece exagerado, pero nada está más subestimado que la palabra amor. Y sí, hay quienes clasifican el amor según la persona, el ser vivo, el lugar, o por lo que sea que brote. Pero yo llegué a la conclusión de que el amor es solo eso: AMOR.
Lyo, este escrito es un desahogo para mí, un alto en el camino donde puedo liberar todo este miedo, horror y tristeza que cargo en el pecho. Te fuiste y me quedó tanto por decirte, tanto por darte, tanto por agradecerte. Tú, en cambio, te desviviste por demostrarme todo, por agradecerme hasta el más mínimo mimo, por amarme cada segundo, por darle otro sentido a nuestras vidas. Nunca escatimaste en amor, y eso siempre te hará único.
¿Cómo le digo a mi mente, corazón y ojos que no te volveré a ver? ¿Cómo le digo a mi mente y corazón que te extraño como nunca he extrañado nada? Solo han pasado tres días y es como si no te hubiera visto en años. Quisiera que volvieras todas las noches a mis sueños, para jugar contigo, acariciar tu panza, besarte la trompa y escuchar por horas tus ronroneos.
Ya nada será igual. Se llevaron el 20% de nuestro hogar, de la luz y vida que teníamos. Perdóname, hijo, por no darme cuenta antes y dejarte sufrir. Perdóname por no consentirte y amarte como merecías. Perdóname por no cuidarte como el ángel que fuiste. Perdóname, Lyo Alfonso, por dejarte ir sin que conocieras a tu hermano. Perdóname, hijo, por los malos momentos.
Prometo cuidar a Mara, tu otra mitad, tu amiga, tu hermana, tu panita, tu negrita. Juro que no dejaré que nada malo le pase, pero también te pido que me acompañes en este momento, que le des tu amor, que ella sienta que estás ahí para ella siempre. Ella no puede vivir sin ti, como nos pasa a tu mamá y a mí. Ayúdala a salir de este momento, pero sobre todo hazle entender que sin ella no podríamos seguir. Ella es tu legado. Tú nos la dejaste ese 21 de enero de 2021, cuando no le soltaste su mano y decidimos que ambos empezaran con esta familia.
Mi mono, gracias. Gracias por el amor que le diste a tu mamá, ella te ama como nadie, te extraña como nadie y te anhela como nadie. Gracias por amar a Mara como lo hiciste, me diste un gran ejemplo de cómo ser un gran hermano. Gracias por cómo amabas a Thiago, con tu mamá sabemos cómo lo sentiste, cómo lo protegías, pero sobre todo, cómo lo consentías. Y sí, gracias por amarme, por enseñarme a ser papá. Juro que no te decepcionaré. Juro que daré el 1000% siempre para que tu mamá, Mara y Thiago estén bien, porque tú me enseñaste a amar a otro más que a uno mismo.
Hijo, te amo. Hijo, te amaré siempre. Hijo, te extraño. Dame de tu calor, dame de tu amor, dame un poco de tu corazón.
Subestimamos tanto el amor que ellos nos dan y lo que podemos devolverles. No se trata de humanizar al animal, ellos siempre serán animales. Pero deberíamos humanizar más el amor que les damos. Porque el amor no tiene que ver con especies, ni tamaños, ni formas. El amor simplemente es. Y hoy, Lyo, te devuelvo un poco del que me diste, con estas palabras que espero te lleguen, allá donde estés.