En momentos de caos, volvamos a los orígenes (los míos, en Guaduas)

En una época dónde todo nos irrita, todo nos sabe mal, es un buen momento para volver atrás, a ese niño interior, al que todo lo alegraba, todo lo divertía.


Luis Beltrán Rueda
agosto 27 de 2024
06:00 a. m.
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En esta época en la que todo nos irrita, en la que el café sabe amargo y hasta el sonido del timbre nos saca de quicio, es un buen momento para hacer una pausa y volver atrás, a ese niño interior que todo lo alegraba, que encontraba diversión en cada rincón, y que siempre tenía una excusa para ser feliz.

Porque ahora, la vida adulta parece una competencia de mal genio: el del carro de atrás nos pita como si le debiéramos algo, nos da rabia cómo piensa el vecino, y ni hablar de los debates eternos sobre izquierdas, derechas, azules, verdes, negros y blancos. Todo está polarizado, como si el país fuera una fiesta de disfraces en la que cada uno defiende su atuendo con uñas y dientes.

Nuestros “líderes” han dejado de inspirarnos, y en lugar de unirnos, siembran odio como si fuera maíz en una parcela de mi pueblo. Y en medio de todo eso, las cuentas del banco nos persiguen, el IVA nos hace temblar, y la declaración de renta parece un castigo. La vida se ha vuelto un campo minado de estrés: que el colegio del niño, las tareas del niño, el agua, la luz, el gas, el arriendo, la administración, y las tarjetas de crédito que nos recuerdan, mes a mes, que el dinero no alcanza para tanto.

Guaduas, mi punto de partida

Es en esos momentos de caos, cuando todo parece demasiado, que mi mente viaja a mis orígenes, a ese niño que solo pensaba en cómo gastar el tiempo. Mis primeros años fueron en la fría Bogotá, aunque esos recuerdos están algo borrosos. Pero luego mis padres, Don Luis y Estelita, cansados de las luchas adultas, tomaron la decisión de volver a sus raíces, y así llegamos a Guaduas. Sí, Guaduas, el municipio de Policarpa Salavarrieta, un lugar donde la historia se mezcla con la realidad, y la vida, aunque sencilla, era rica en experiencias.

Guaduas era ese lugar donde corría, no por escapar, sino por deporte; donde caminaba sin miedo, simplemente por placer. La única cuenta que me preocupaba era la que mi mamá dejaba abierta en la tienda (que miedo cuando cada 15 días ella iba a pagarle a Joaquina), y la política solo me importaba cuando teníamos que elegir al personero del colegio. Las izquierdas y derechas eran, para mí, solo las bandas de la cancha de fútbol, y los colores representaban los dos colegios en los que competíamos por trofeos, no por dinero. En Guaduas, las deudas eran de honor, y todos cuidábamos lo que era de cada uno, con un sentido de respeto y camaradería que hoy extraño tanto.

Los miedos

Los miedos. Ahora ellos se aparecen en cada esquina en forma de ladrones, usureros, extorsionistas, ‘pagadiarios’, mensajes de textos con links envenenados, entre otros; pero antes, solo le teníamos miedo a la “inocencia” de una chancleta, o al fino cuero de una correa. Cómo extraño esos roces.

Volver a mis orígenes es reencontrarme con ese niño que veía el mundo con amor, inocencia y alegría, que vivía el presente sin preocuparse por el futuro. Cuando era niño, solo pensaba en el mañana si había tareas pendientes. Guaduas me enseñó a vivir el momento, a disfrutar de la vida sin el peso de la responsabilidad que hoy parece aplastarnos.

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El homenaje

Quiero, en estos párrafos, rendir un homenaje a mi pueblo, Guaduas, ese que me recibió siendo niño y me devolvió a la ciudad siendo adulto. Guaduas, con sus chismes, cultura, fiestas, historia, amor y deportes, es mucho más que el municipio de 'La Pola'; es en donde mis papás, a través de una ‘barda’, se conocieron; es el lugar donde forjé amistades con Mauricio, Gabriel, Óscar, Iván, Camilo, y Pibe, entre otros. Es donde doña María me hacía sentir en casa, donde Hecticor me enseñó a bailar, y donde aún disfruto de los manjares de doña Heydi y Otty.

Mientras muchos se pierden del pueblo, yo lo llevo en el corazón. Y cada vez que regreso, competir en el campo de baloncesto con el ‘Flaco’, ‘el bacán’, ‘Remolacho’, ‘Bello’, y los demás, me recuerda que hay una forma de vivir la vida sana y divertida, algo que parece imposible en el caos de nuestros días.

Al final del día me doy cuenta de que la vida adulta y la de niño no son tan diferentes. Antes, lo más importante era terminar las tareas para poder salir a jugar; ahora, es terminar el trabajo para poder descansar un poco. En mi infancia, la mayor deuda era devolverle al amigo el balón que me había prestado; hoy, esa deuda es con el banco y sus intereses interminables.

Mi enseñanza

Pero si algo me enseñó Guaduas es que, aunque los problemas crezcan con la edad, también lo hacen las herramientas para enfrentarlos. Y al final, así como en el parque éramos felices con una pelota y un par de amigos, en la vida adulta basta con recordar esos momentos para encontrarle el sabor agridulce, pero reconfortante, a esta carrera loca que llamamos vida.

Volver a esa hermosa tierra, es volver a la esencia, a esa vida simple y auténtica que, en medio del caos de la vida moderna, se siente como un bálsamo para el alma.

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