Movimiento Indígena: relatos desde el mainstream
Un relato mainstream podría ser definido como un conjunto de ideas o creencias que son aceptadas por la mayoría y que constituyen la tendencia dominante.
01:23 p. m.
A finales del mes de septiembre tuvo lugar un plantón en el edificio de la Revista Semana, en el que un nutrido número de indígenas pertenecientes al Movimiento de las Autoridades Indígenas del Suroccidente Colombiano (AISO): “Rompieron vidrios de la entrada y agredieron a uno de los vigilantes”, según los mensajes de la plataforma X, publicados en la cuenta de la misma Revista. Más allá de los hechos en sí, sobre los cuales ya ha corrido una profusa atención mediática, me parece importante pensar en los efectos discursivos y políticos que se han desarrollado tomando como pretexto este evento y que parecen ser sintomáticos de una discusión más extensa.
Un relatomainstream podría ser definido como un conjunto de ideas o creencias que son aceptadas por la mayoría de la gente y que constituyen la tendencia o moda dominante en un determinado ámbito. Revisando diversas columnas que se escribieron respecto al plantón indígena en Semana, el relatomainstream que parece haberse desprendido del acontecimiento es que, sin lugar a duda, se trató de un ataque generalizado a la libertad de prensa que estuvo influenciado por fuerzas externas a los mismos indígenas, el cual de manera inequívoca podría estar prefigurando un deterioro progresivo de nuestra democracia; y, de paso, instaurando un discurso de odio en nuestro tejido social.
Creo que la anterior es una lectura posible, pero al menos incompleta, y que esconde más de lo que pareciera sobre el racismo incrustado en nuestra sociedad. Pasaré a explicar tres efectos que pueden desgajarse implícitamente del relato dominante que despertó la acción indígena.
Sobre la estructura narrativa anteriormente mencionada emerge, de manera palpable, la tesis de la “manipulación”. Es así como se presupone que los indígenas están siendo instrumentalizados por parte de un actor social poderosamente maquiavélico que presionó a las comunidades para que realizaran dicha acción colectiva. Entonces, un primer efecto del relato consolidado pareciera reciclar la visión antigua del indígena como “menor de edad”, sin capacidad de agencia y mucho menos con la suficiente autonomía para tomar decisiones con respecto a sus acciones personales y colectivas. No podían las organizaciones indígenas en cuestión desarrollar esta acción por sus propios medios, sino que tenían que ser claramente inducidos como menores que ceden al capricho de otros.
Un segundo efecto del mainstream sobre los indígenas es que una acción colectiva de protesta termina de manera paradójica, folklorizando la heterogénea población indígena que vive en nuestro país, y por extensión, fortaleciendo la idea del “buen salvaje”. Es decir, el indígena “bueno” es el que nos permite instrumentalizar su cultura por medio del enriquecimiento de nuestra matriz multicultural, o aquel que cuando se manifiesta, lo hace en su resguardo o sus inmediaciones, comúnmente rurales, donde no incomoda a los poderes centrales.
Si los efectos anteriores vulneran directamente a un sector específico de la nación, el tercer efecto dinamita con cargas de profundidad la sociedad en su conjunto. Porque cuando una acción colectiva, cuestionable o no (esa es otra discusión), termina calificándose y circulando en medios como un atentado directo a la democracia sin que se dé una discusión seria sobre lo que implica la libertad de prensa, el derecho a la protesta social y los límites que se derivan de ambas prerrogativas, pareciera que la magia comunicativa obra su hechizo y que nuestra capacidad de ponderación social queda irremediablemente suspendida.
Los efectos anteriores permiten cancelar cualquier atisbo de racionalidad en la acción colectiva propuesta por este sector del movimiento indígena con el fin de proponer una construcción histórica de la verdad social. Por lo tanto, bajo el relato mainstream, aceptamos que un valor como la libertad de prensa se imponga acríticamente sobre el periodismo estigmatizador e irresponsable que practica Semana; que aquellos sectores que han criticado sistemáticamente los mecanismos de justicia, verdad y reparación terminen graduándose de defensores acérrimos de “la verdad”. Y, lo que pareciera más incómodo aún, que aquellos que defienden el statu quo por medio de su relación diáfana con los sectores más poderosos de la sociedad, terminen mostrándose como adalides del contrapoder y la resistencia.
Lo anterior se parece mucho a las tesis que con respecto a los movimientos sociales de poblaciones vulnerables y excluidas ha planteado la derecha globalizada. Utilizando claramente argumentos más sofisticados a los de nuestras expresiones endógenas, Douglas Murray, un importante columnista de derecha británico calificó de “masa enfurecida” a todos aquellos movimientos sociales que históricamente han sido excluidos debido a su raza, género o identidad; los cuales, en función de la irracionalidad de sus demandas, están premeditadamente “llevando al mundo a la locura”.
Conviene aclarar que graduar de irracional a la contraparte no es un recurso propio de la derecha. En algunas de las columnas que se produjeron respecto al suceso en cuestión, desde una óptica progresista, diferente, pero al mismo tiempo tan parecida, se proponían sentencias de acuerdo con las cuales: “…Nadie entiende por qué después -de la marcha- una minoría se fue como loca a Semana”. La ira es un misterio que parece inteligible para el conjunto de nuestro espectro político; sin embargo, de manera preocupante, este sentimiento cada vez supura con mayor frecuencia de nuestros hermanos conciudadanos, desde los paros del 2013/19/21, hasta las mingas sociales del sur occidente y el reciente plantón indígena en la Revista Semana.
Mientras sigamos viendo cada noticia desde una óptica unilineal atada a los discursos de la “seguridad”; y en la medida que las acciones colectivas se desfiguren hasta asumir una materialidad espectral que emana del contendor político, seguiremos perdiendo nuestra capacidad colectiva de curación y la metástasis de la polarización nos hará cada vez más proclives al conflicto generalizado.
*Coordinador de la línea de investigación en desarrollo rural y ordenamiento territorial de la Universidad Javeriana de Cali.
@Vertov14